Reseña: Un espíritu modesto, de Santiago Loza
Laura, una de las protagonistas de Un espíritu modesto, novela de Santiago Loza (Córdoba, 1971), también dramaturgo y director de cine, culpa a su madre Vilma de “haber sido fría y distante […] siempre ausente, como si fuera un cascarón de madre”. Las dos se mudan de un pueblo a la ciudad, a vivir en el mismo edificio, pero en dos departamentos diferentes. Loza analiza los matices psicológicos de estas dos mujeres y de otros personajes, como Antonio, el portero viudo del edificio, que amó por igual a su mujer y a un sobrino de ella.
La parte central del argumento se desarrolla a partir de la visita de Laura a un templo donde se siente poseída por un espíritu que tiene “una materialidad líquida y un sabor parecido al de las lágrimas”. Ella se hace miembro de la congregación: primero inicia una relación sexual con el pastor Joao y luego con Julia, una de las feligresas del templo. Joao practica “la quita de los demonios” mediante la imposición de manos, pero uno de sus exorcismos se le volverá en contra y ese incidente marcará un giro decisivo en la trama.
Un espíritu modesto conjuga erotismo y religiosidad. Una cierta ansia de pureza podría estar simbolizada por la reiterada mención de residuos (“moho permanente”, “olor a sudor de los colchones”) que deben ser limpiados.
En la novela hay un sondeo moderado de las motivaciones que guían las acciones de cada personaje y no se extraen conclusiones definitivas sobre los sentimientos devocionales que experimentan, en especial, Laura y Julia, si bien al final de la narración, de forma abrupta, se entrevé un futuro panorama apocalíptico.
Un espíritu modesto
Por Santiago Loza
Tusquets
165 páginas, $ 19.700