Reseña: Tulang Pinoy, de Daniel Durand
En Tulang Pinoy, de Daniel Durand (Concordia, 1964), un cuerpo extraño, que nadie sabe de dónde ha venido, escribe de pie, frente a un sinfín de olas filipinas, mientras las preguntas van y vienen dentro suyo y a su alrededor. El poeta, que ha viajado tan lejos para conocer a su amor, registra en cuadernos el cruce entre una mirada topográfica y los quiebres topológicos. En contacto con esa atmósfera extraña, dilucida las variaciones: en el comportamiento de los pájaros, en las hormigas, en la contorsión de las palmeras.
La interrupción, en medio del detalle, es un brio. Para presentarse repetidamente como un desconocido (“Aquí me dicen Cabeza de cochinillo/mi apellido Materno es Hormiga loca/y la hermana de mi hijo tiene sangre japonesa); para cambiar el enfoque desde donde está escribiendo; para fumar un cigarrillo, aunque no debe, y asir la lejanía con un recuerdo (”el sonido de las olas/cuando rompen en la orilla/es el mismo que el de un camión volcador/que una tarde en el Puente Alvear/descargaba pedregullo”.
Durand, uno de los referentes de la generación del noventa, despliega un continuum que funciona como una crónica en verso con quiebres, donde arma su propio museo de las ruinas, en tanto su libro viaja por distintos registros, a veces en moto, a veces a pie. Fraseos rioplatenses dialogan con los dos dialectos principales de Filipinas y ocasionalmente con el inglés, sin ripios, con un humor paradisíaco: “Yo ya no fumo/me fumigo las patas con el humo. Los que escriben en endecas/son presos para siempre de esa noria”.
Tulang Pinoy
Por Daniel Durand
Fadel&Fadel
96 páginas, $ 20.000