Reseña: Tratado sobre el Hambre, de Zulema Lázaro
Una voz. Eso es lo que domina Tratado sobre el hambre, novela de Zulema Lázaro (Buenos Aires, 1966). Es la voz de El Alirio, un hombre en situación de calle, un “pichicome”, como se lo describe en el libro, que espera la llegada de su hija adolescente, Moira, para que viva con él en la intemperie. Así la joven pasará de un hogar donde la acecha el fantasma del abuso sexual a dormir sobre los cartones que le ofrece El Alirio. Y es él quien, a través de monólogos interiores y de diálogos barrocos y extensos, la educará en el arte de la supervivencia en la calle; desde cómo proveerse de alimentos hasta el modo de conseguir espacios donde poder bañarse.
Como si fuera un San Martín desclasado, El Alirio escribe sus máximas a esa Merceditas homeless (“El hambre da coraje. El hambre te da curiosidad, desafío y estertor” y “El hambre es un crimen, es un decadente móvil, es un suburbio, es un bajo fondo”). En el entramado de su voz se siente el desborde y la creación de nuevas palabras, como si con el inventario de la lengua no se pudiera narrar las tragedias que ofrece la calle: los cuerpos que se venden para sobrevivir, las drogas, la violencia, y, sobre todo, la invisibilidad social de quienes la habitan. El Alirio habla, pasa de un tema a otro sin cohesión. Por momentos atraviesa su desazón con imágenes líricas, mientras tiñe de romanticismo su marginalidad. Por otros, la mayoría, apela al sinsentido, a la digresión.
Como Aurora Venturini, la autora de Las primas, de quien es deudora de la voz de sus personajes, Lázaro no es una escritora que pase inadvertida ni que apele a las medias tintas.
Tratado sobre el hambre
Por Zulema Lázaro
Alfaguara
240 páginas, $ 5899