Reseña: Tránsito, de Anne Seghers
Hace algunos años, el cineasta alemán Christian Petzold realizó Transit, un impecable melodrama que contaba sobre una pareja de refugiados que buscaba escapar de Europa. La puesta en escena jugaba con la ambigüedad: los protagonistas parecían huir del nazismo, pero los paisajes urbanos eran contemporáneos, con la inmigración actual en aquel continente como telón de fondo.
La película se basaba en Tránsito, considerada la primera novela de posguerra (aunque se publicó en 1944 y en inglés, se difundió en alemán finalizada la contienda), y que no se entregaba a ninguna transposición. Su autora, Anna Seghers (1900-1983), basó el relato en su propia condición de fugitiva.
Tránsito transcurre en la Francia ocupada de Vichy y sigue la huida de un personaje sin nombre que, habiendo logrado evadirse de dos campos de concentración, viaja desde la norteña Rouen hasta Marsella, donde tiene la intención de hacerse lugar en un barco para escapar del continente. Un viejo amigo con el que se topa le encomienda dejarle una carta a Weidel, un escritor ubicado en París. El suicidio de este y la valija que deja llena de papeles –además de una novela incluye una visa mexicana– lo incitan a adoptar su identidad.
Buena parte de la novela está puntuada por el relato de personajes hallados por el protagonista en el camino y, luego, ya en Marsella, por el agobio de ese limbo caótico, con gente que espera en bares su propia oportunidad de huir. Allí conocerá a la mujer de Weidel, que ignora el destino de su marido. La historia de amor no es una cualquiera, lo que le da Tránsito un valor mucho más que testimonial.
Tránsito
Por Anna Seghers
Nórdica. Trad.: Carlos Fortea
290 páginas, $ 22.500
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