Reseña: Todos los demonios están aquí, de Marcelo Figueras
Aunque el terror le haya servido como paradigma, y en concreto Stephen King como inspiración modélica, podría decirse que Todos los demonios están aquí, la última novela de Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962), convive en su multiplicidad con un breve pero significativo ramillete de géneros, que van desde el policial hasta el humor negro, e incluso sobrevuela las aguas de la novela de aventuras.
Resulta particularmente interesante lo que sucede con los géneros cuando funcionan como punto de partida, y no de llegada, respecto de las expectativas que se cumplen y las que frustran. Si algo positivo ha regalado la contemporaneidad en literatura es el hecho de que la novela se permita ser cada vez más cosas, y en ese sentido los arquetipos a veces logran aportar su modesta pero saludable cuota de confusión.
La otra piedra basal que Figueras tomó para su novela es la eterna discusión respecto de si el Mal debe pensarse como un ente concreto, si es posible materializarlo, o si se trata en realidad de un espacio vacío. Y el modo que eligió para escenificar esa búsqueda o tensión hace pie, a su vez, en tres vértices, algo así como un caleidoscopio de las diversas formas del horror: una clínica neuropsiquiátrica, la Argentina de la debacle de 2001 –con los ecos de la dictadura ramificándose incesantemente– y, desde luego, la Divina Comedia, el texto que ha terminado por apropiarse de todos los imaginarios infernales y que aquí actúa como el estribillo cada vez menos asordinado que solo puede propiciar lo siniestro.
El protagonista de Todos los demonios están aquí –el título proviene, cuándo no, de Shakespeare– es Tomás Pons, un psiquiatra que trabaja en un hospital público y que recibe, en clave milagrosa, el ofrecimiento de dirigir una clínica en Tigre. Pons padece, junto a los males que amenazan devorarse una vez más al país entero, los propios, que incluyen una reciente separación que no deja de oprimirlo, una madre que ha pasado de una profunda depresión a una suerte de vacío mental, el recuerdo obsesivo del padre y deudas a granel. La retribución que le prometen es irreal, imposible de rechazar, y se vuelve asimismo el anzuelo que lo transporta a otra realidad, imposible de imaginar.
Pese a ciertos brotes de costumbrismo – que se manifiestan esencialmente en algunas secuencias de diálogo–, la novela está estructurada con absoluta solidez, realimentando su expectativa a cada momento. Figueras (autor, entre otras novelas, de El espía del tiempo y de La batalla del calentamiento) maneja con gran oficio y paciencia no solo el desarrollo de sus personajes, la lucha interna de su protagonista y la construcción de un verosímil complejo, sino también los hilos de la trama. Ninguno de los ejes principales resulta arbitrario o queda a la deriva, hallazgos nada menores en función de una espesura que la efervescencia de los capítulos finales no logra disimular.
Todos los demonios están aquí
Por Marcelo Figueras
Alfaguara
272 páginas, $ 1799