Reseña: Tercera persona, de Valérie Mréjen
La maternidad, con sensibilidad experimental
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A medida que la curva de cualquier moda literaria entra en declive, se hace ostensible que algunos temas de “actualidad” rozan el hartazgo. Ocurre con varios de ellos, entre los que se cuentan las tramas e inflexiones de la maternidad. Sin embargo, cuando la repetición monotemática se exaspera, también puede abrirse la puerta a la experimentación formal. Es lo que hace la francesa Valérie Mréjen (París, 1969) en Tercera persona: el compendio de impresiones desde la mirada de una madre primeriza, de clase media intelectual europea, cuya sensibilidad, con el nacimiento de la heredera, florece en mil y una facetas.
Tercera persona, ya desde el título, es un libro inteligente: de una inteligencia sensible. La neonata representa, en la completud del seno familiar, la tercera persona que conforma el triángulo hogareño, pero también nombra el recurso de la narradora, que se apropia de la visión desnaturalizada de lo mundano y sus prístinos detalles a partir de la tercerización de la experiencia. La manera en que suponemos que un recién nacido absorbe los primeros estímulos, en realidad, surge de la visión renovada de una madre, habilitada por la aparición de este nuevo ser a su cargo.
Así, con una prosa perfecta y bien mesurada por la traducción, Mréjen dispone imágenes frente a los ojos de quienes leen, en un entrevero de dos puntos de vista, el de la mujer puérpera y el de la niña, que aún se debaten por despegarse: “El taxi recorre los muelles y ella admira la más insignificante farola con los ojos de una turista embriagada, los desdichados y renqueantes pájaros urbanos, el grasiento papel pegado a las rejilla de ventilación: está extasiada con el paisaje que desfila ante ella. Le gustaría abarcarlo todo con la mirada, retener cada imagen. Se pregunta si, mediante el contacto físico, puede comunicarle ese arrobo a la pequeña, que está dormitando.”
Tercera persona hace uso de un ramo de experiencias concretas como punto de partida para el trabajo artesanal del lenguaje. El paseo naturalmente aletargado de la hija, que se detiene en cada baldosa a apreciar menudencias, recuerda a los relatos de Robert Walser y su apología de los pequeños seres y las pequeñas cosas. La idea de que los niños son de derecha, inspirada por una amiga ante la resistencia a prestar sus juguetes, incluye una vertiente atractiva del pensamiento contraintuitivo.
El recorte que hace Tercera persona sobre su objeto exceptúa cualquier conflicto, salvo el que apenas proponen una enfermera angustiada y un sintecho que conecta fugazmente con la niña. Son condiciones casi de laboratorio las que, con su capacidad de observación, despliega Mréjen para desterrar en un mismo movimiento (sea por necesidad o decisión) tanto el imperio del yo como las amenazas del mundo actual.
Tercera persona
Por Valérie Mréjen
Periférica. Trad.: Sonia Hernández
112 páginas, $ 2250