Reseña: Sirena de río, por Ana María Shua
Pocos conceptos resultan en literatura más engañosos –y más contrastan con el oficio del narrador– que el de la naturalidad. El narrador es un arquitecto, un ingeniero, en ocasiones un maestro mayor de obras, la mayor parte de las veces un artesano. Es alguien entre cuyos atributos o necesidades esenciales está la de construir, ensamblar y, por supuesto, falsificar. Es un poeta también –o debería intentar serlo–, y entre otras cosas un ladrón de identidades, desplazamiento que no solo hay que observar respecto de los personajes sino de las perspectivas, las voces, los imaginarios.
En su más reciente colección de relatos, bautizada Sirena de río, Ana María Shua (Buenos Aires, 1951) vuelve a demostrar su capacidad para volverse natural bajo una diversidad de disfraces. Lo cristalino de su escritura, a propósito de aquello, puede arrastrar a especulaciones erróneas: siempre promete, en términos emocionales más de lo que termina dando, y es allí donde permite que el lector dialogue –sin dejar que se vean los hilos– con su raíz de titiritera.
De las tres secciones en las que está dividido el libro, es posible que la primera (“Frágiles y valientes”) sea en un sentido general la más clásica. Lo son sus puntos de partida: el reencuentro con aquel primer amor idealizado (“Encuentro con Silvia”); una mujer con problemas de memoria, que comienzan a provocarle serios trastornos (“Unos días en la playa”); una expareja que se acerca a partir de la amenaza de la tragedia (“El miedo y el amor”); una familia que se traslada a otro país y sufre el inevitable desarraigo (“El mundo verdadero”). Shua se reserva, clásicamente, un par de cartas que trastocan el supuesto devenir de aquellas historias, y lo hace con la ductilidad como para situarnos siempre en territorios incómodos.
La segunda sección, titulada “Misterios”, echa mano de la imprescindible ingenuidad que la fantasía necesita para afianzar sus pactos de lectura. Pero el uso que Shua hace de esa cualidad resulta con frecuencia singular; como si eligiera los efectos por sobre los fuegos de artificio, tal como sucede en el relato que da nombre al libro, en que lo extraordinario circula sin efervescencia.
La ambigüedad del título de la última parte (“Casi crónicas”) ilustra con justeza la libertad con que la autora decidió concebirla, y quizá le deba a esa apertura formal algunos de los mejores momentos del libro: esa suerte de ensayo narrativo sobre el descubrimiento del sexo que es “Técnicas modernas”, o ese registro brutal, desconsolado (“Después de la muerte”), en el que no se sabe si lo más doloroso es aquello que se cierra o el mundo que indefectiblemente sigue su curso. Dos tonalidades bien disímiles, o dos ejercicios virtuosos de la siempre trabajosa búsqueda de lo natural.
Sirena de río
Por Ana María Shua
Emecé
251 páginas
$ 3400