Reseña: Salir a robar caballos, de Per Petterson
La concesión del Premio Nobel de Literatura a Jon Fosse el año último puso el foco colateral sobre otros autores escandinavos. Es el caso del también noruego Per Petterson (Oslo, 1952), autor de relatos y ocho novelas. Salir a robar caballos, de 2003, es la más conocida y tuvo alcance internacional: se tradujo a más de cincuenta lenguas y fue filmada hace pocos años.
Como la zona nórdica suele ser sinónimo de parajes helados, se tiende a olvidar hasta qué punto su literatura trata con la naturaleza. Salir a robar caballos es una novela de iniciación donde los paisajes y el descubrimiento del mundo de los adultos van de la mano, en una cabalgata lectora de belleza impar y pareja. Es también una novela de la madurez y la reflexión, porque es recién en la vejez que su narrador –Trond– decide dejar la capital Oslo para irse a vivir, a la manera de Thoreau, en un bosque del país, cerca de la frontera sueca, con la única compañía de un perro.
La soledad y la edad son un buen subterfugio para la reminiscencia de la lejana adolescencia del protagonista, cuando durante un verano que pasó con su padre se topó con un amigo algo transgresor. La época no es inocente: esa trama enmarcada se desarrolla en 1948, cuando hacía poco que los nazis habían dejado el país, pero ya se habían convertido en un recuerdo silenciado. El fraseo escueto recuerda a Hemingway. También la figura del padre amado y sus secretos. El recuerdo de ciertos eventos trágicos y la preeminencia variable del paisaje le dan, por lo demás, al “almacén de la memoria” de Trond, contrapunteado por su presente, una textura privilegiada.
Salir a robar caballos
Por Per Petterson
Libros del Asteroide. Trad.: Cristina G. Baggethun
270 páginas, $ 24.000