Reseña: Resignación infinita, de Eugene Thacker
Resulta una obviedad decir que el pesimismo no es una postura útil para resolver problemas de la vida cotidiana. Pero no menos cierto es que los escritos de los grandes pesimistas poseen un encanto muy particular. Liberados de las obligaciones de argumentar y de ser edificantes, se concentran en lanzar estocadas certeras con sentencias breves y letales, cual ponzoñosas dagas verbales. Resignación infinita, del filósofo norteamericano Eugene Thacker, está a la altura de los mejores textos de lo que podría ser considerado un género propio: el “pesimismo filosófico”.
En una de las tantas definiciones que ofrece, el autor afirma que “el pesimismo es la faz nocturna del pensamiento, un melodrama en torno a la futilidad del cerebro, un lirismo redactado en la tumba de la filosofía […] es más una acusación que una filosofía”. El pesimista no es alguien que no ve, simplemente, el vaso medio vacío; es alguien que lo ve medio lleno, pero de veneno. Una versión un tanto más sofisticada de él, el “pesimista metafísico” es aquel que postula que el vacío es la propiedad inherente de todo vaso. Su vocación, siempre asumida con desgano explícito y disimulada pasión, es la de desenmascarar los optimismos del mundo que proclaman el sentido, la utilidad, la realización personal o, incluso, la histórica. Sus letanías giran siempre en torno al fastidio, la perdición, el pesar, la penumbra, el terror, la nada, el agotamiento, el tedio.
Cada uno de estos aspectos del pesimismo es abordado por el autor empleando el estilo dilecto de sus maestros: el aforismo. Esa decisión es asumida, como no podía ser de otro modo, de forma pesimista: “El origen secreto de la forma breve no es el trabajo interminable sino la pereza, la apatía”. La ironía y el sarcasmo son característicos del pesimismo, pero también el humor, ese componente que “lo debilita y lo fortalece al mismo tiempo”.
Gran parte del texto se compone de paráfrasis o comentarios de los grandes referentes del género, como Schopenhauer, Nietzsche, Cioran, Unamuno o Pascal (a quienes dedica, además unas páginas al final del libro), pero también de sentencias del propio Thacker, como: “Lo único peor que un joven pesimista es un viejo optimista”; “solo los optimistas han sufrido de verdad. El pesimista se ve privado hasta de esto”. Respecto de su propia postura, el autor hace una confesión (que podría hacerse extensiva al resto): “Tengo que admitir que mi pesimismo es circunstancial: todo es para peor (hasta que las cosas empiezan a salir bien); es mejor no haber nacido (hasta que haber nacido no está tan mal)…”.
Por paradójico que pueda parecer, Resignación infinita es, ante todo, un libro cuya lectura resulta muy placentera; que despierta en el lector menos suspiros apesadumbrados que sonrisas cómplices.
Resignación infinita
Por Eugene Thacker
Interferencias. Trad.: Alejo Ponce de León
366 páginas, $ 24.900