Reseña: Que pase algo pronto, de A. Espasandín
Lo cotidiano se vuelve invisible, se le escurre entre los dedos a la protagonista de Que pase algo pronto, primera novela de la argentina Agustina Espasandín (Buenos Aires, 1992). En ella, una mujer de treinta y tres años, tras mucho tiempo de ahorro, decide poner en pausa su carrera, dejar su trabajo como asistente de dirección en la industria audiovisual para disponer al cien por ciento de su tiempo, y así, escapar de la velocidad y de una maquinaria laboral que no da respiro.
Casi como en un experimento sociológico, la protagonista, de la que no se sabe su nombre, descubre y disfruta cosas que hasta ahora le eran imperceptibles: observar situaciones desde su ventana, el ruido de la lluvia, las risas y la compañía de sus vecinos –una pareja de extraños, con los que nunca había hablado hasta ahora–, el cariño de Río, su perro, especies de aves, y las anécdotas del sepulturero del cementerio de Chacarita, un nuevo amigo.
Alejada de las cámaras, los ruidos, las exigencias y la vorágine de los sets de filmación, habita el presente y encuentra calma en una chica con la que comparte sus días, y en espacios que antes consideraba inhabitables: “Me gustó la persona que yo estaba siendo en ese momento”.
Pero el idilio amenaza con terminarse, así como el dinero. Los días se hacen largos y la tristeza comienza a acecharla: “Había en mí un aire propenso a la melancolía”. El futuro se va acercando y despierta todo tipo de ansiedades en la protagonista, que desea que algo pase pronto, algo que arrase con todas las estructuras.
Que pase algo pronto
Por Agustina Espasandín
Sigilo
176 páginas, $ 16.000