Reseña: Primera sangre, de Amélie Nothomb
En “El milagro secreto”, Borges imagina una escena. A punto de ser fusilado, Jaromir Hladik obtiene un favor de Dios: detener el tiempo para poder terminar su drama “Los enemigos”. En un instante, todo queda inconcluso y suspendido: el ademán del sargento, la sombra de la abeja. Hladik va a morir, sí, pero solo cuando haya terminado de narrar.
El motor de Primera sangre, última novela de la belga Amélie Nothomb –la número treinta, ganadora del Premio Renaudot 2021–, es el mismo. La escribió luego de la muerte de su padre; un hecho que la sorprendió como algo impensado. En el libro, Patrick Nothomb, que es narrador y protagonista, está a punto de ser fusilado. Dice: “Los doce hombres me apuntan. ¿Veo pasar mi vida ante mí? Lo único que experimento es una revolución extraordinaria: estoy vivo. Cada momento es divisible hasta el infinito, la muerte no podrá alcanzarme, me sumerjo en el núcleo duro del presente.” Lo que sigue es el recuento de esa vida; un ramalazo de experiencias, la Segunda Guerra Mundial, las idas y vueltas del colonialismo. Con un ritmo vertiginoso –Nothomb entiende la escritura como ritmo, “la única música de la que soy capaz”–, el narrador cuenta los veintiocho años que lo llevaron a estar dónde está: cónsul del gobierno belga en Stanleyville, distrito del Congo, en lo que fue, en 1965, la mayor toma de rehenes del siglo XX.
Patrick Nothomb aparece como un personaje entrañablemente literario. La autora se detiene en la relación con la madre, una mujer altiva, de gestos teatrales que luego de enviudar delega las cuestiones prácticas de la crianza en sus propios padres. Quienes siguen a Nothomb conocen su habilidad para construir diálogos perfectos y generar atmósferas. La mayor parte de la novela se la llevan las estadías de Patrick en “el castillo de las Ardenas, donde viven los Nothomb”. Se trata de una edificación del siglo XVII, en lo alto del bosque, llena de humedad, donde los chicos usan harapos en lugar de ropa, apenas se alimentan y duermen en un altillo inundado de ratas. Esta suerte de viaje iniciático, en igual medida gótico y dickensiano, es pura fascinación para el niño que regresa en los sucesivos inviernos y veranos. Los jardines, los juegos, las charlas con el Barón Nothomb –un poeta grandilocuente y desvariado–, y más tarde el descubrimiento de Arthur Rimbaud, todo parece suceder en ese espacio fundacional donde la autora ubica, también, su propia vocación. ¿Qué otra cosa es esa primera sangre a la que alude el título sino la referencia a una herencia literaria?
“¿Cómo es posible morir?”, dice un verso de Yves Bonnefoy. Este libro es la respuesta a esa angustia, a ese asombro. Nothomb construye una novela que funciona como un relámpago: todo está pasando ahora. Ese instante que Dios le otorga a Hladik es el que la autora le regala al padre: la posibilidad de contarse a sí mismo para, así, a través de la literatura, conjurar la muerte.
Primera sangre
Por Amélie Nothomb
Anagrama. Trad.: S. Pàmies
152 páginas, $ 4850