Reseña: Piquito en las sombras, de Gustavo Ferreyra
El arte de caer sin remedio, con un personaje imparable
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Piquito en las sombras es la tercera novela que Gustavo Ferreyra (Buenos Aires, 1963) le dedica a Piquito, este sociólogo –al igual que el autor– militante del PO, verborrágico y desbordado que protagoniza también Piquito de oro (2009) y Piquito a secas (2016). Si ya en la segunda entrega Ferreyra hablaba en una entrevista de “la deriva de Piquito de lo racional a lo irracional”, este último libro lo encuentra instalado en ese discurso casi onírico –aunque en el caso de Ferreyra nada es definitivo, todo es escritura en transformación– en el que aparece el marxismo, la filosofía, el cuerpo y la genitalidad, el cristianismo y, en esta entrega, su relación con un antiguo colega: Daniel Guterman.
Dividida en dos partes, esta novela de más de 600 páginas, comienza alternando el monólogo interior de Piquito que cumple condena en una cárcel en Marcos Paz con un narrador en tercera persona que sigue las peripecias de Daniel, urgido por un malestar a la vez gástrico y existencial. Desde la celda, Piquito le manda mails en los que le cuenta sobre su iluminación mesiánica y el grupo de seguidores que va cosechando entre los presos. Como ya ha hecho en otras novelas, el autor usa referencias temporales puntuales: cada sección que le dedica a Daniel está encabezada por una fecha que va de mayo a diciembre de 2008 y abarca parte de la crisis con el campo y el surgimiento de Carta Abierta. Hay un momento memorable en el que aparece Néstor Kirchner en la sala de la Biblioteca Nacional. En la segunda sección hay un salto importante: la narración recomienza en 2011 y el lector no solo conoce la interioridad de Piquito sino que también lo ve a partir de las miradas de Josefina, su mujer y Bruna Yapolsky, una suerte de discípula que ya había aparecido en Los peregrinos del fin del mundo (2018).
Ferreyra construye diálogos magistrales y es notable cómo pasa de un registro subjetivo máximo –como si quisiera meterse en las entrañas de su personaje– a uno mucho más realista. Otra constante es que, frente al exceso de lenguaje –la voz de Piquito es imparable– el cuerpo aparece como un límite: de dolor, placer, observación. Piquito insiste una y otra vez en la animalidad, en el regreso al Sapiens, pero no puede parar de pensar.
“Yo Piquito de oro, el parlanchín, el que brillaba, he ido a mi fase oscura! Estoy lleno de mí, de vergüenza y lleno de fracaso”, dice el personaje. Y es así: la obra de Ferreyra habla, una y otra vez de una derrota, de un fracaso difícil de definir pero que está ahí, comienzo y final de cualquier proyecto humano. Su estilo es al mismo tiempo perturbador, desopilante y filosófico. Recuerda las obras de teatro de Harold Pinter, esa mirada que convierte al mundo en un terreno inesperado, tragicómico, al sujeto en un ser que cae, con humor, pero sin remedio. En palabras de Piquito: “Otro filósofo más vencido por el acontecer.”
Piquito en las sombras
Por Gustavo Ferreyra
Alfaguara
621 páginas, $ 3499