Reseña: Perder el juicio, de Ariana Harwicz
Por lo general, cuando la ficción se ocupa de las relaciones de pareja lo hace bajo el signo de la transformación, el quiebre o el desengaño: lo que ya no es, lo que pudo ser y no, lo que parecía muerto y renace. ¿Pero qué sucede cuando una y otra instancia resultan, por encima del contexto o la peripecia que las materializan, casi indisociables? ¿No somos, al fin y al cabo, en esencia siempre los mismos?
Está claro que existe en Perder el juicio, la última novela de Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977), un punto de ruptura –la polisemia del título, siempre tentadora, en este caso lo subraya–, pero la sensación que se impone es la de un estado, más precisamente una pulsión, un modo de vivir y de vincularse que en su urgencia dispara una alarma, un riesgo cada vez más extremo a partir de perseguir en todo momento la intensidad, que acaso pueda leerse como la otra cara de la insatisfacción.
Esa intensidad, la de una pareja que desdibuja determinados límites hasta confundir –o quizá entreverar– el placer con el sufrimiento haciendo de lo suyo un particular calvario, es además, de por sí, el leitmotiv del estilo de Harwicz, su razón de ser, ya desde su primera y muy versionada –versión teatral, inminente film bajo el paraguas nada menos que producido por Scorsese– novela llamada muy significativamente Matate, amor: una escritura sin descansos, reflejo de vidas sin sosiego, como si pretendiera arrastrar al lector a un clímax perpetuo hasta que por fin llegue el último estallido.
Aquí ese nervio plasma el rumiar interno de Lisa, su protagonista, a la vez que el recorrido que ella y su pareja han hecho juntos, incluida la instancia liminar de haberse transformado en padres de mellizos, en cierto modo forzados por múltiples circunstancias.
El juicio que Lisa ha perdido es el de la tenencia de sus hijos, luego de algunos hitos violentos en la relación con su marido que la convierten en dudosa victimaria.
Por otro lado, lo que se pierde es la razón misma, el contacto con la realidad; es decir, la desconexión que la lleva a provocar un incendio, secuestrar a los mellizos y convertirse en prófuga.
Por fuera del efecto paradójico –una suerte de amesetamiento– que de a ratos provoca una escritura que es todo estribillo, y de un puñado de inserciones algo arbitrarias en el argumento –como el anhelo de Lisa de dedicarse a escribir–, la lectura de Harwicz es una experiencia siempre abrumadora, un estímulo feroz, más que por la efervescencia de las acciones o la desmesura emocional de sus protagonistas, porque todo el tiempo construye su novela con un estilo que es todo síncopa, que zigzaguea entre la contundencia y la bruma, mostrando que la realidad nunca permite que se la traduzca mansamente.
Perder el juicio
Por Ariana Harwicz
Anagrama
134 páginas, $ 19.500