Reseña: Pequeña novela de Oriente, de Santiago Loza
Pequeña novela de Oriente, del dramaturgo Santiago Loza (Córdoba, 1971), es de esos textos breves que se vuelven inconmensurables: en apenas tres crónicas condensa una mirada singular sobre Oriente, que se apropia de los prejuicios, solo para separarse de ellos y mirar más allá, hacia afuera y hacia dentro de sí mismo.
En la primera crónica, Loza viaja a Corea por un festival de cine. Parece incómodo, se nota en él una cierta ansiedad por escurrirse de las multitudes, desaparecer y, al mismo tiempo, una curiosidad que lo lleva a observar los detalles imperceptibles que lo rodean.
Le siguen las vacaciones a Japón soñadas desde hace tiempo. Solo que en cuanto las concreta se transforman en algo distinto a lo que esperaba. A medida que pasan los días la experiencia se concentra en los momentos dentro del hotel-cápsula en el que duerme. Eso le da textura de microcuento, con hombres mayores que deambulan descalzos y en silencio por un piso vacío.
En el texto final planea volar a China, pero la pandemia se lo impide. No solo quiere visitar el lugar, también desea reencontrarse con su amiga Diana, a quién conoció en una residencia de escritores, en Estados Unidos. El relato vira hacia ese viaje anterior y China queda en un puro anhelo.
Loza se habla y habla al lector de modo directo: “Intentás no sacar conclusiones, no cerrar un sentido del viaje”. Leerlo se parece a hacer el viaje con él en un estado de contemplación, capaz de habitar en el movimiento lo otro que nace en el lenguaje.
Pequeña novela de Oriente
Por Santiago Loza
Entropía
145 páginas, $ 20.000