Reseña: Otras cosas por las que llorar, de Luciana de Luca
Laberintos de la memoria y poesía de la vida cotidiana
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Entre los pliegues de un presente frágil, el pasado brota con frescura en Otras cosas por las que llorar, primera novela de Luciana De Luca (Buenos Aires, 1978), que se vale de una textura sensorial poderosa para narrar la vida de una mujer mayor, algo perdida en los laberintos de la memoria.
“Hay algo dentro de mí que está fermentando y se deshace como fruta podrida, a la vista de todos” piensa Carolina. Y a medida que sus días se desdibujan, ella hace listas en papelitos para no olvidar lo que necesita a diario. Su esposo y su hijo intentan que no se dé cuenta, pero es inútil: ella advierte aquello que todo se le escapa como hojas sueltas.
Aún así, la protagonista alcanza a recordar su vida entera desde la niñez. Narra con la precisión de quien vuelve a habitar lo ya perdido. El mundo vuelve a abrirse en la casa paterna, desde la infancia, y lo hace en un ritmo singular que sirve para atrapar la cadencia de la máquina de coser Singer, la lluvia sobre las lajas del patio, las flores de un jardín siempre verde, el amor silencioso, la sopa caliente.
Podría imaginarse que la vaguedad de la memoria vuelve la historia confusa o abrumadora. Por el contrario, las escenas se suceden diáfanas y las vivencias permiten acompañar a una mujer de una humanidad conmovedora y sencilla. El lenguaje –transparente, deja ver, oler, tocar– ilumina en sus mejores pasajes la poesía de los pequeños acontecimientos cotidianos. Es entonces que la heroína silenciosa convierte la casa en un refugio íntimo, lleno de ternura.
Otras cosas por las que llorar
Por Luciana de Luca
Tusquets
163 páginas/$1190