Reseña: Olimpia, de Betina González
La propuesta es osada: en el escenario de una típica novela de principios de siglo XX –mansión junto a un río, animales agrestes, dos empleadas domésticas, el matrimonio de clase alta, un montaraz– se desarrolla un experimento científico que involucra la idea de especie, familia, naturaleza y evolución. Con esos ingredientes temáticos, Olimpia, la cuarta novela de Betina González (Villa Ballester, 1972), sorprende además por una escritura certera que se desliza en las profundidades de seres que resultan cada vez más perturbadores.
Conviene aclararlo: los personajes inquietan por las ideas que claramente encarnan, pero son personas ordinarias, ni fantásticos, ni terroríficos, aunque algunos podrían considerarse monstruos cotidianos. En el centro de la trama están Lucrecia, una clavadista ornamental muy valiente, y Mario Ulrich, un científico meticuloso. Se casan y se van a vivir a la casa familiar de los Ulrich en las afueras de un pueblo cercano al monte selvático. Ahí funciona el laboratorio donde él experimenta con serpientes, tortugas, peces porque quiere probar las maneras en que se produce el aprendizaje. Conviven con Carmen, el ama de llaves, y Esmeralda una empleada que aparece de la nada. Juan Averá es el nexo entre la casa y la selva, un hombre que vive de atrapar animales para Ulrich o para llevarlos al zoológico.
A simple vista la novela recuerda la prosa y los temas de Adolfo Bioy Casares, en especial por el cruce entre sociedad y ciencia, pero también por la agudeza y elegancia de la prosa. Más aún, la trama articula una suerte de análisis sociológico, que no solo revela el papel que ocupan las personas en la comunidad, sino también los conceptos que tienen sobre el modo en que funciona la naturaleza y lo humano. De ahí que se lea como una crítica al racionalismo cientificista, todavía presente hoy.
Una eficacia clave de la novela es que el punto de vista se desliza con fluidez de un personaje a otro. Incluso, en algunos tramos, también se adentra en los animales, por un lado el perro Amarillo, y por otro, Olimpia, la chimpancé. Ambos perciben y sienten con ciertos rasgos de humanización. Así y todo la escritura consigue mantenerlos en el territorio de lo salvaje. Es uno de los hallazgos poéticos de la novela.
Lejos de la fábula, Olimpia encuentra escenas de una fuerza narrativa que sirven para reflexionar sobre el modo actual de interpretar las especies, la naturaleza y el vínculo con lo animal. Resulta una novela de un realismo extrañado, profundamente desestabilizante, que va hilando las vidas de los personajes a partir del miedo hasta dar con el núcleo de una épica natural y conmovedora.
Olimpia
Por Betina González
Tusquets
211 páginas, $ 1990