Reseña: Nuestra hermana de afuera, de Mariano Quirós
“Desprovista de árboles, de piedra, de fauna cinegética, de metales preciosos, en ese lugar siempre se estaba de paso”. Ese fragmento de El río sin orillas, de Juan José Saer, epígrafe de Nuestra hermana de afuera, habla de un despojo, una intemperie, una imposibilidad. Ya sea en forma manifiesta, subrepticia o evasiva, la novela de Mariano Quirós (Resistencia, 1979) pendula en la búsqueda de enfrentar ese vacío haciendo énfasis en los acontecimientos o en el tiempo psíquico de las emociones.
Nuestra hermana de afuera cuenta, en su proemio, cómo Nadia y Clara, dos hermanas opuestas y complementarias, viajan hacia la capital para tratar el cáncer de la primera. Transitan su tercera edad sin reparos, entre excesos de cigarrillos y cervezas, en un trasfondo familiar –fundamentalmente con sus hijos– que las incomoda. Esa tercera persona, atornillada a las picarescas de las protagonistas, se fractura y toma un impulso vertiginoso al involucrar, en el segundo capítulo, hijo de Clara, al que le arde la cabeza de querer asimilar sus adicciones y desbordes: la cocaína y la pretensión de ser un gran escritor.
En ese movimiento, se desarticula el centro y se anuncia una estructura coral. El mapa verosímil de las acciones se aleja de las tonalidades que tiñen al realismo de gótico o fantástico, algo que Quirós desplegó con precisión en otros libros. Tal vez, el cierre de la novela no olvide ese rastro: un monólogo interior de Florencia, la hija más distante de Clara, de padre desaparecido, en una voz que desestabiliza (“Vine a Buenos Aires a enfrentar a los zombis del paco”) con una sintaxis temerosa y reactiva.
Nuestra hermana de afuera
Por Mariano Quirós
Tusquets
216 páginas, $ 4700