Reseña: Nos quedamos sin inviernos, de Gerardo Adrogué
En 2037 Facundo Dopet, el narrador de la futurista Nos quedamos sin inviernos, de Gerardo Adrogué (Buenos Aires, 1966), viaja de Nueva York a la Argentina como corresponsal de la CNN para hacer un informe sobre la situación del país donde en 2030 comenzó una guerra civil. Luego de siete años de luchas que causaron dos millones de muertos se ha producido un alto el fuego, y una misión de las Naciones Unidas se instala en la Argentina con el objetivo de monitorear el cese de hostilidades, proveer ayuda humanitaria y coordinar una Mesa por el Diálogo y la Paz.
Adrogué concibe un vaticinio estremecedor (algunos lo relacionarán con los sombríos augurios de Aníbal Fernández) que se queda en el concepto, sin que el desarrollo argumental le otorgue complejidad dramática.
En los bandos beligerantes –”el campo nacional y popular” y “el campo republicano”– pueden fácilmente adivinarse las dos visiones políticas que en la actualidad se hallan enfrentadas por la famosa grieta. Las acusaciones que se lanzan desde los bandos de ficción no agregan nada nuevo a los discursos –oficialistas u opositores– que se han escuchado a lo largo de la última década.
Existe en la mayoría de los personajes –la figura del narrador representa una valiosa excepción– una tendencia hacia los estereotipos en los cuales prevalecen los esquemas ideológicos por encima de las sutilezas psicológicas.
La novela tiene un final abierto, bastante desesperanzador y algo confuso. Sin embargo, como compensación, propone una redención afectiva en la historia personal del protagonista.