Reseña: No quiero decirte adiós, de Luis Gusmán
La discusión sobre los géneros suele ser, en literatura, tan engañosa o difusa como las referencias a esa entidad vaga y a la vez omnipresente que solemos llamar estilo. Este último funciona como marca indeleble, en ocasiones como si se tratase de una suerte de denominación de origen, pero asimismo como estigma, la coartada imperfecta para la repetición de fórmulas de toda clase. El género parece ofrecer a quienes se sumerjan en sus aguas, por su parte, un código a través del que cifrar su relación con los lectores, una complicidad y, al mismo tiempo, la fruta envenenada de sus convenciones. No resulta casual que sus representantes más brillantes tengan con frecuencia un pie y medio afuera de él, o que aparenten alumbrar algo que en verdad están clausurando.
Luis Gusmán (Buenos Aires, 1944), autor de una obra profusa y rica en matices, ha canalizado a través de los años su amor por el género policial, en su variante más oscura, fundamentalmente a través de la serie que componen las cinco novelas protagonizadas por el expesista Walenski –que inauguró en 1997 con Tennessee–, encargado de un gimnasio, hombre de pocas palabras pero de gestos elocuentes y convicciones firmes. El mismo Gusmán señaló en más de una ocasión que lo que más le interesa del género son los dilemas éticos que plantea. Y vaya si los hay en esta última entrega, cuyo título –No quiero decirte adiós– remite claramente a Raymond Chandler y una emblemática escena que se halla en el Olimpo de la literatura. Esos dilemas encarnan no solo en Walenski, a quien las diversas máscaras de la amistad ponen siempre en aprietos, sino también en esa suerte de contrafigura que es el inspector Bersani, corrompido y degradado, y sin embargo no totalmente perdido. También aparecen en los diversos actores secundarios de una trama cristalina que, a pesar de ello, no deja de ramificarse.
La novela de Gusmán encuentra sus espacios de singularidad en la construcción compleja de algunos de sus personajes –al igual que en Chandler, las mujeres son su punto fuerte, a cada paso más inquietantes e irreductibles–, así como también en una estructura en principio extrañamente digresiva, entre otros factores a causa de la irrupción tardía del crimen. No obstante, los tics y lugares comunes del policial negro con frecuencia dinamitan su espesura, en particular cuando se manifiestan en los diálogos, que tienen una dinámica y repentización, incluso una cadencia, que los sitúa en el límite de lo verosímil.
Con todo, la consabida lucidez de Gusmán para imaginar y plasmar los demonios internos de sus personajes alcanza a proyectar en No quiero decirte adiós todo un mundo, y en ese devaneo, quizá, la clave para esa forma de la incomodidad que conocemos como empatía.
No quiero decirte adiós
Por Luis Gusmán
Edhasa
234 páginas, $ 6250