Reseña: Napátrida, de Erri de Luca
Para escribir sobre la ciudad donde nació, Erri De Luca (Nápoles, 1950) concibió un neologismo: “napátrida”, hijo en absoluto pródigo de una Nápoles a la que no regresa; habitante de otros sitios, a los que nunca llega a pertenecer. De hecho, se define como “alguien que se ha raspado del cuerpo sus orígenes para enfrentarse al mundo”. Y a la vez asegura: “Nunca he vuelto a echar raíces en ninguna otra parte”.
¿Por qué, entonces, Napátrida? Tal vez para que la extranjería, un rasgo que gobernó su vida, decante en palabras que vayan más allá de la estrechez de las fronteras, tanto geográficas como de clase. En Napátrida, De Luca se reencuentra con la música corporal que ilumina la infancia. El bullicio, los gritos, las canciones y el dialecto de una ciudad abigarrada; la sabiduría de las piernas, al tanto de dónde pisar y cuándo correr en calles donde el carácter se forja a los golpes; la bendición salobre del mar, el polvillo de la tolva calcárea –en Nápoles, polvo volcánico– que de niño odiaba y con el que se reconciliaría tiempo después, en los años en que trabajó como obrero y albañil, luego de militar en la izquierda radicalizada de los años setenta.
“Pobres de mis padres, qué especie de hongo les había nacido bajo el árbol”, escribe. Criado en una familia que no se vio arrasada por la miseria de la posguerra, hijo de un hombre formal y conservador y nieto de Ruby De Luca, “de soltera Hammond”, podría decirse que desde chico supo lo que la otredad puede significar. Del cuarto de sangre norteamericana legado por la abuela, afirma que le fue transmitido “en depósito”. Porque no lo considera herencia, porque no se quiere ver en los soldados que se imponían en la ciudad de su niñez, y porque lo negó cada vez que vociferó go home en medio de revueltas políticas.
Pero la sangre, allí está. Como las contradicciones de Nápoles: apenas europea, tan oriental. Ciudad ligada al mar y a la obstinación de vivir sobre una especie de caldero ardiente. Tierra de pacienza, palabra que, nos ilustra De Luca, combina patire con la expresión darsei pace, “virtud de un sistema nervioso capaz de soportar vidas imposibles”.
Como su cuerpo endurecido en el rigor del trabajo manual, la escritura del autor logra una suerte de lirismo acerado. Una prosa poética, pulida, sobria. En Napátrida hay, desde ya, una mención a Maradona. Y un capítulo donde la reflexión se aquieta y solo queda la cadencia del acto: un hombre solitario, que no vive en Nápoles, se prepara un plato de pasta napolitana en Navidad.
Quizá sea el mismo hombre que cuenta, al comienzo del libro, que a poco de nacer la ciudad le grabó un lema en la piel: “T’aggia’mpara e t’aggia perdere, he de enseñarte y perderte después”.
Napátrida
Por Erri de Luca
Periférica. Trad.: C. Gumpert
144 páginas, $ 17.800