Reseña: Miles de ojos, de Maximiliano Barrientos
“Los mayores adelantos del futuro inmediato no tendrán lugar en la Luna ni en Marte, sino en la Tierra, y es el espacio interior, no el exterior, el que ha de explorarse”, escribió el inglés J. G. Ballard a principios de la década de 1960. La asimilación del contexto, sobre todo si se trata de una realidad resquebrajada o en estado de descomposición, genera en la mente un impacto, sustrae y a la vez invoca otras fuerzas. La obra narrativa del boliviano Maximiliano Barrientos (Santa Cruz de la Sierra, 1979) se ejercita, como ocurre en Miles de ojos, en esas ráfagas violentas de mundos posapocalípticos que se inscriben como rayos en la percepción o como estigmas en el cuerpo.
La primera parte de la novela, fiel al ritmo del autor de Una casa en llamas, es demoledora: un joven a bordo de un Plymouth Road Runner es perseguido por una secta que adora al dios de la velocidad. Una road movie que esparce violencia y desmesura en el sacrificio que el protagonista debe esquivar: estrellar el auto en un árbol para honrar el ritual de esa hermandad.
En el segundo capítulo, el más extenso del libro, la centralidad está en Fede, un adolescente metalero, y sus amigos, parias en su escuela. Los recuerdos de su hermano, muerto en un choque en un Road Runner, se entremezclan con monólogos o visiones de víctimas que no consigue asir. La trama, en ese estado de pregunta, vira hacia el terror psicológico. Al tomar contacto con las bujías del auto, el cuerpo de Fede se transforma, las visiones o las voces que lo rodeaban ya son parte de sí.
Miles de ojos inaugura la colección Efectos Colaterales, del sello Caja Negra, que busca reflexionar sobre los futuros próximos desde la ficción. Cuanto más avanza la historia, el tono, desde su impronta visual, intenta aunar subtramas dispersas. “La sangre tenía la misma textura del aceite que emanaba del motor, pero reconocía esa aura azulada, emanaba del motor y del cráneo. Todo eso ya era el árbol, lo consumía, lo integraba a su biología”, puede leerse.
Sobre el final, Barrientos recuerda un verso del poeta Jaime Sáenz, un referente para su generación literaria: “La noche dura en el espacio, mientras que el día solo dura en el tiempo.” En esa inmensidad o portal imaginario, se mueve una chica que tiene una misión frente a las esquirlas de las tragedias originadas por la secta, en medio de una civilización tribal en ruinas. La realidad se desvanece y parece renacer en medio del compost, una mutación donde impera la velocidad como carburador, donde la afectación es una posibilidad o un riesgo, en tanto choque. La potencia inaugural de Miles de ojos termina por subsumirse en exceso a esa dinámica como un guiño, un despiste o, tal vez, una ensoñación en sí misma.
Miles de ojos
Por Maximiliano Barrientos
Caja Negra
248 páginas
$ 1800
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