Reseña: Los niños 6, de Jesse Ball
El punto de partida de Los niños 6, del estadounidense Jesse Ball (Nueva York, 1978), es contundente: un ruido fuerte despierta una mañana a dos hermanos, Devlin y Mina. En la sala, la madre yace con la cara desfigurada; el padre, mientras intenta sacarse la única oreja que le queda, se está golpeando la cabeza contra la pared hasta que consigue matarse. No son los únicos. En la ciudad –¿y en el mundo?– todas las personas mayores de diez años se han suicidado.
¿Cómo se arreglarían niños y niñas en un mundo sin adultos? William Golding ya planteó la pregunta en 1954 con El señor de las moscas. Obligados a sobrevivir en medio de una isla, los chicos replicaban una sociedad desigual y cruel. Ball, que es narrador y poeta, le da una vuelta de tuerca a la cuestión. Mina es ciega y su hermano, el encargado de contarle todo lo que ve. Así, a pesar de que la novela está narrada en tercera persona, Devlin se convierte en un segundo narrador. Más adelante, encarnará la voz de Charlotte, la hermana muerta, en un juego que solía ser habitual, pero que ahora tiene como escenario los cadáveres con los que tropiezan: “Devlin pensó en lo que diría Charlotte y en cómo lo diría. Intentó ponerse a Charlotte como un disfraz, no importa que Charlotte se estuviera pudriendo bajo tierra. Pensó en su voz una y otra vez. ¿Qué pasó entonces? Surgió la voz de Charlotte”. Toda una definición del oficio de narrar.
La niñez y el vínculo con los adultos es un tema recurrente en la obra del autor de Toque de queda. Aquí, además de centrarse en la relación entre infancia y muerte, trabaja la idea shakespereana de que el mundo es un teatro: en medio de este apocalipsis cientos de niños le piden a Devlin –instalado en un escenario abandonado– que encarne a sus madres, a sus padres. El niño, en lugar de devolver una mirada amorosa, se concentra en los retos, las amenazas, la crueldad. Ball no hace un esfuerzo por construir parlamentos realistas. Dentro del verosímil de la novela es completamente natural que el niño se pregunte: “¿Él era alguien en particular?”. O que una de las niñas, proclame: “Estar arriba de un escenario es magnificarse. Es crear la ilusión de que estás parado en el cielo como un dios.” Este procedimiento genera un efecto extraño, como la distancia brechtiana, que hace al tono de la novela.
Los niños 6 es distinto de la mayoría de títulos de literatura norteamericana que llega al país. Es notable el momento en el que irrumpe un narrador/autor que hace hincapié en la cuestión ritual del hecho literario: “A través de la escritura, yo salto dentro de ti”. Este giro invita a repensar el momento en el que Devlin da vida a los muertos. Quizá, parece insinuar Ball, a través de la literatura no hagamos más que reunirnos alrededor del fuego a recrear lo perdido.
Los niños 6
Por Jesse Ball
Sigilo. Trad.: Virginia Rech
164 páginas, $ 1800