Reseña: Lo que aprendí de las bestias, de Albertina Carri
“De las cosas que habitan mi cuerpo, la memoria es la más extraña”, escribe la cineasta y artista visual Albertina Carri (Buenos Aires, 1973) en Lo que aprendí de las bestias, su primera novela.
En ese juego entre lo pétreo y lo alterado de las cosas, del cuerpo y de la memoria, se despliegan los hilos de una historia que arranca con un golpe. La protagonista, Albertina, de cuatro años, ve junto a su hermana de once cómo sus padres son acribillados por un grupo de distintas fuerzas armadas. De algún modo, Carri, hija de desaparecidos, resignifica las implicancias de la orfandad. Si en su película insignia, Los rubios (2003), propuso un relato intrépido alrededor de las víctimas del terrorismo de Estado –en particular sus padres– aquí se permite una metaexploración donde el cuerpo de quien narra, con sus humores y fluidos, está puesto en el centro.
Albertina parece estar condicionada: los padres dejaron una fortuna que su abuela, mes a mes, dosifica. Frente a las ataduras de la genética y su matemática sentimental, opta por habitar la búsqueda a partir del desenfreno y la furia. Así, entabla un diálogo con la animalidad, que puede desplegarse en su fanatismo por los caballos o en la fantasía de vivir con los aprendizajes y los tiempos del campo, y con el erotismo, en el impulso por desandar su libertad sexual aun a pesar de ataduras externas, como relaciones monogámicas o las miradas de los otros.
En esa gramática del dinero y de las sucesiones, la familia es “una disposición exquisita para la depredación y la destrucción de lo singular”. Su hermana prefiere irse: a los veintiuno se muda a India en un escape espiritual. Albertina, oscila entre el silencio como mecanismo de defensa y los gemidos que liberan y la ayudan a crecer.
La obra de Carri cuestiona el orden lógico y cronológico del entramado narrativo. Al igual que algunas referentes contemporáneas, como Selva Almada –desde el artificio literario– o Lucrecia Martel –desde el cine–, parte de un guión sonoro, una impermanencia, una toma de posición frente al mundo, un punto de fuga. Con sus picos, recurrencias, presiones, Lo que aprendí de las bestias anuda un recorrido que, más que constituirse en una novela de iniciación, deviene en manual de goce y supervivencia. “Te sometés a las fuerzas que operan sobre vos o montás una farsa alrededor de ellas hasta lograr su distracción o te entrenás para no tener que someterte ni hacer trampa. Ese entrenamiento lleva una vida entera. En esa habitación sado, llena de elementos para la tortura y la domesticación de las supuestas bestias, se forjó en mí la voluntad”, escribe Carri en este texto singular.
Lo que aprendí de las bestias
Albertina Carri
Random House
224 págs./ $2249