Reseña: Las desmayadas, de Cecilia Szperling
Desde el jardín, una adolescente escucha que en una habitación acaba de morir su padre. El mundo se desmorona mientras ella y sus dos hermanas bailan. Las desmayadas, tercera novela de Cecila Szperling (Buenos Aires, 1963), extrae del territorio autobiográfico una mitología propia capaz de mostrar el poder de la fabulación para sostenerse frente a las tragedias de la vida cotidiana.
La escena inicial es fundante: la luna, los camisones blancos sin cabeza y el viento crean una coreografía que crece a lo largo de la historia. Los desmayos son una de las estrategias que la narradora va a desplegar para ser vista, ser distinta, ser ella. Su voz adolescente es exuberante, no le tiene miedo al artificio porque es precisamente ese artificio lo que la alimenta y le permite avanzar, a pesar de la ausencia, las reglas ajenas y los prejuicios. Más aún cuando Madre pierde su trabajo y comienza a vender, uno a uno, los objetos que hacen el hogar. Las tres hermanas experimentan todo con intensidad; son unidas y dan batalla a esa disolución que las amenaza. Sus armas son el fuego de la sexualidad y el placer y el dolor que carcome.
La vida tiene la consistencia del sueño o la tragedia griega, en la dramatización hiperbólica de las cuestiones domésticas que plantea Las desmayadas. La muerte de un ser querido provoca esa sensación de expulsión de la vida tal cual se conocía, una especie de habitar otro tiempo, otro espacio parecido al paréntesis, paralelo al resto del mundo que continúa su devenir.
Así y todo, la de Szperling no es una novela surrealista o maravillosa. La narración se acerca al desborde del género gótico de las hermanas Brontë, pero sin su oscuridad. El lenguaje es exagerado, los desmayos son teatro, y las cuatro mujeres permanecen en el jardín. No es ya el edén de las familias felices, pero tampoco lo contrario. Viven como si Marosa di Giorgio recortara el realismo mágico de Gabriel García Márquez. No aparecen murciélagos ni bichos eróticos, pero sí son centrales los espacios de lo femenino por antonomasia: el jardín, la casa, el cuerpo. De muchas maneras, las protagonistas son un único animal que empieza a desmembrarse para convertirse en otros más individuales.
Así pensado, el tema central de Las desmayadas no es el duelo, sino el pasaje de la adolescencia a la adultez. Las palabras y las cosas quedan fuera de cálculo. El jardín se desmadra y crece salvaje, igual que las tres hermanas que sienten la amenaza de un “monstruo grande que pisa fuerte” y las va a aplastar. En el fondo, la muerte del padre rompe la crisálida que las contenía: quedan desprotegidas y a partir de entonces despliegan el cuerpo recién estrenado, usan minifaldas, escuchan rock, tienen sexo, comen dulces y juegan a ser quienes no son, con la ilusión de serlo algún día.
Las desmayadas
Por Cecilia Szperling
Emecé
175 páginas, $ 6200