Reseña: Las 36 mujeres inmortales de la poesía japonesa
La lengua y la cultura china eran, para los japoneses del período Heian (794-1185), lo que el latín para los renacentistas. Ese prestigio debía ser, claro, negado a las mujeres que, de acuerdo con el crítico Miguel Sardegna, promovieron si no una revolución, un camino alternativo al propiciarse, antes que un cuarto, una escritura propia. Así, idearon el hiragana, un silabario con el que pergeñaron una poesía que, por diferentes razones, alcanzó nuestro presente digital.
Las 36 mujeres inmortales de la poesía japonesa, de la editorial También el caracol –sello hipnotizado por la cultura oriental– ofrece testimonio de esa lucha sutil y propone, a su modo, tan jovial como creativo, una apuesta por la actividad del lector (el lector moderno que, como infante caprichoso, demanda constantemente ser tenido en cuenta). Mariana Alonso, traductora a cargo de la antología, se las ingenió para lograr la convergencia entre el Antiguo Japón y la actual urgencia interactiva.
Los uta-awase, o concursos de poesía, fueron eventos poéticos de importancia en Japón entre los siglos VIII y XIV. Más allá de sus cambios en el tiempo, un punto en común persistió: “Dos equipos, el de la izquierda y el de la derecha, compiten en una serie de rondas en las que uno o más jueces evalúan pares de poemas sobre un tema determinado”. Alonso diagramó esta antología como réplica a aquellos concursos, conformando dos grupos de “poetas inmortales”: en las páginas pares se recortan los poemas del equipo de la izquierda y, en las impares, los de la derecha. Al cierre del volumen un listado comparativo habilita la votación del lector que se erige, así, en juez de la contienda.
Tanto el estudio preliminar de Sardegna como las notas de Alonso resultan vitales para una fruición integral del acto poético. Es comprensible: las alusiones, aliteraciones y la matriz polisémica de muchos versos tienden a perderse en la traducción. Estas mujeres escriben poemas amorosos, de cortejo, sobre el duelo y la pérdida. Por momentos, se encandilan con el budismo y las estaciones. “Cuando la brisa otoñal / sopla en la noche fresca, / que triste se hace / también sentir la falta / de quien me ha olvidado”, escribe Go-Fukakusa. La princesa Shikishi espera a su amante: “No me he acostado/ a la espera de tu llegada;/ sobre mi puerta de cedro/ que no decline tanto la luna/ en la cumbre de las montañas”. Y, con estos versos, Sanuki inspiró un haiku de Bashô: “Envejecer en este mundo/ es algo doloroso,/ pero que fácil resulta refugiarse/ en una choza con techo de paja/ cuando caen las lluvias de otoño”. Más allá de las pérdidas por los desfasajes culturales y lingüísticos, con su silabario estas mujeres supieron abrirse paso en un mundo de hombres; una muestra más de que la escritura es, por escapista que se pretenda, el acto político por antonomasia.
Las 36 mujeres inmortales de la poesía japonesa
Varias autoras
También el caracol. Trad.: M. Alonso
156 páginas, $ 24.800