Reseña: La vida después, de Donald Antrim
Parte de la literatura de Estados Unidos podría definirse a partir del relato de su clase media, esas familias disfuncionales propensas a las adicciones que han sido tema de un sinfín de relatos y novelas. Donald Antrim se ubica en esta línea y en la de los escritores urbanos irónicos como Jeffrey Eugenides (Las vírgenes suicidas) o Jonathan Franzen (Las correcciones). Sin embargo, el caso de La vida después, que publicó en 2006 –y que llega después de la traducción de Otro Manhattan– es particular: por muy cosmopolita que sea su escritura, es interesante leerlo en relación con la tradición del sur del país, donde el autor nació.
Se trata de un libro híbrido, que trabaja ese género que en Estados Unidos llaman memoir (la versión original lleva ese subtítulo). Aquí es el duelo por la muerte de la madre, Louanne Antrim: “la historia de mi madre y yo”, dice el narrador en las primeras páginas, “de mi madre en mí”. El autor logra una narración original: va y viene de su presente neoyorquino y neurótico a ese pasado sureño entre iglesias presbiterianas donde creció. Comienza con el narrador obsesionado con la compra de un colchón ideal, pero no se trata solo, por supuesto, de la búsqueda de un espacio donde descansar sino de otro, simbólico, el de la vida sin la madre.
Como los personajes de algún western que se la pasan en el camino, Antrim propone en La vida después un viaje a través de Sarasota, Talahasse; atraviesa una y otra vez la parte sur de los Apalaches. Retrata la vastedad de una región dentro de un país enorme, y lo hace a partir de una historia pequeña, el relato –una vez más, pero ¿por qué no?– de una madre con potencial artístico pero alcohólica, un padre profesor de literatura, un tío excéntrico, la relación con los abuelos maternos, las mudanzas, el descubrimiento de la vocación. Resulta muy interesante leer todo lo que se incluye en el registro de Antrim: la mirada de esos niños que tan bien trabaja Flannery O’Connor (si bien el narrador aquí es un adulto, la mirada sobre la madre siempre es la del hijo, la del niño) o la construcción del personaje de la madre que recuerda los cuentos en que Lucia Berlin relata su alcoholismo y la decena de casas donde vivió.
El autor es consciente de las dificultades que conlleva toda narración, sobre todo cuando se trata del recuerdo, por eso dice “pero hay otra historia que quiero contar”. O se corrige y aclara: “lo que quiero decir es que…”, para después dejarse llevar por el relato de alguna anécdota, de algún detalle. Como cuando, en su intento por llegar a comprender a la madre, le dedica varias páginas a la descripción de una bata excéntrica que ella había confeccionado. Antrim sabe que todo personaje es en definitiva insondable y que todo relato es también su propia deriva; sobre esto construye una memoria novelada bella y conmovedora.
La vida después
Por Donald Antrim
Chai Editora. Trad.: Matías Battistón
203 páginas, $ 1600