Reseña: La policía de la memoria, por Yoko Ogawa
Una alegoría oriental en la que todo desaparece
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Publicada en su país en 1994, cuando su autora, Yoko Ogawa (Japón, 1962) apenas había pasado la treintena, y traducida ahora al castellano directamente del japonés, La Policía de la Memoria es una novela que invita a ser leída como distopía o bien –aunque ambas estructuras suelen encontrar múltiples coincidencias– en un registro alegórico. No consigue hacer del todo pie ni en uno ni en otro terreno.
La base argumental es en principio sencilla: el escenario es una isla, de la que no existen siquiera mapas que permitan diferenciar con claridad sus contornos, en la que las cosas gradualmente desaparecen. Esto no solo ocurre en su aspecto concreto, material; de igual manera se desvanecen los recuerdos acerca de esos objetos, e incluso las palabras que permitían nombrarlos. En semejante contexto, una escritora pone en peligro su vida para salvar la de su editor, uno de los pocos que recuerdan algo: esa facultad, la de atesorar imágenes y sensaciones de aquello que ya no existe, lo condena, como sucedió años atrás con la madre de la protagonista. Por otro lado, la novela contiene un texto enmarcado: el que la propia protagonista escribe, y que desde el punto de vista estructural solo parecería estar allí para dilatar el recorrido de la historia principal.
El mayor inconveniente que tiene La Policía de la Memoria, pese al esfuerzo de su autora por ajustar el argumento con un par de frágiles coartadas, es el de su lógica interna. Todo parece arbitrario, cuando no contradictorio, empezando por el hecho insalvable de que la narradora, sin poseer el don del recuerdo, recuerde y narre. A diferencia de lo que sucede en las obras de George Orwell (1984 o Rebelión en la granja), Margaret Atwood (El cuento de la criada) o Marcelo Cohen (Los acuáticos o “La ilusión monarca”), donde cada imaginario es un sistema lacrado, sin fisuras, aquí los hechos se eslabonan sin demasiada justificación, como si acudieran a darle oxígeno a una trama que lo pide a gritos.
Por otro lado, pese a la sensibilidad y singularidad de mirada con que por momentos observa y retrata a sus personajes, la ingenuidad de las figuras que Ogawa elige para representar las pérdidas esenciales de su micromundo solo resiste la benévola o excesivamente respetuosa mirada con que se suele juzgar las obras que provienen de Oriente. Ogawa, una de las escritoras más conocidas del Japón actual, ganó alguna vez el prestigioso Premio Akutagawa y está considerada como heredera del Premio Nobel de Literatura Kenzaburo Oe. Instancias liminares en La policía de la memoria son la desaparición de los pájaros, los perfumes, las flores, los frutos. Tal vez no haya distancia distópica o alegórica suficiente que sea capaz de poner a salvo metáforas de esa clase.
La policía de la memoria
Por Yoko Ogawa
Tusquets
Trad.: J.F. González Sánchez
390 págs./$ 1650