Reseña: La perrera, de Gustavo Barco
Los once textos que componen La perrera, el primer libro del periodista Gustavo Barco (Buenos Aires, 1971), pueden ser leídos como cuentos o crónicas, pero también como los capítulos de una novela autobiográfica cuyo escenario es la ex Villa 12 (o ex Villa Piolín) durante los años 70 y 80.
Entre las situaciones y episodios relatados figuran el peligro de los incendios; el miedo a que un día las topadoras tiraran abajo las casas o a que la perrera se llevara a los perros. Se describen distintos tipos de violencia. Se narra la muerte de un amigo y un incidente de connotaciones racistas que debe soportarse en silencio al igual que los motes discriminatorios de “bolitas” y “villeros”.
La obra reproduce con soltura los modismos propios de la comunidad boliviana, se refiere a aspectos de su cultura y a festividades tradicionales como la del Día de Todos los Santos o la de la Virgen de Copacabana. Surgen diversos personajes como Chang, un coreano que tiene su taller textil en la villa; don Ponce, un veterano de la Guerra del Chaco; o don Pancho, un curandero.
Una de las historias más logradas registra la obtención, en 1980, del campeonato sudamericano de clubes por la Academia de Fútbol Infantil Tahuichi Aguilera. También conmueve el itinerario de don Américo, el padre del autor, desde su Oruro natal hasta Soldati.
Barco presenta los hechos con un estilo despojado e inmediatez expresiva. Sin idealizar ni condenar. Casi marcando un distanciamiento emocional de lo que cuenta en primera persona para reforzar la ecuánime aceptación de lo vivido y lo escuchado.
La perrera
de Gustavo Barco
Ninguna orilla
154 págs.
$ 3700