Reseña: La mujer que escribió Frankenstein, de Esther Cross
¿Qué efecto mejor, más vigorosamente perturbador para los lectores, que el de no saber con certeza qué es eso que tienen entre manos, no poder reducirlo o etiquetarlo? La mujer que escribió Frankenstein, de Esther Cross (Buenos Aires, 1961), es uno de esos libros –se editó por primera vez hace una década– hechos para esquivar cualquier encasillamiento o fórmula de contratapa.
En cierto modo se asemeja a una biografía, sí –la de Mary Shelley–, pero la relación con su época, con sus intersticios morales, con las ambiciones y búsquedas y pesadillas que la rodeaban, excede largamente esa clase de acercamiento, o más bien posee entre otras cualidades una intensidad superior: se trata de pequeños núcleos, que aceptaremos llamar capítulos, en los que Cross rodea ciertos hitos de un modo concéntrico o espiralado, regresando una y otra vez a ellos para tratar de explicarse con los lectores algo así como un destino. Va incluso más allá: “Hay escritores que fundan su contexto”, propone, “y ella creció en la época de Frankenstein”.
Si acaso el clímax del libro es la célebre noche de relatos fantasmales en la que, con apenas 19 años, dio vida al germen de su monstruo, el texto de Cross casi la elide para atiborrarnos de hallazgos: los de la propia Shelley, que se volvió inmortal siendo apenas una adolescente y muy poco después una viuda que necesitaba recordarse a sí misma quién había sido, pero también los de un tiempo en el que desenterrar cadáveres para su estudio era toda una industria, y en el que convivían una fascinación por el cuerpo con una repulsión absoluta por todo lo que este expresaba.
La mujer que escribió Frankenstein
Por Esther Cross
Minúscula
180 páginas, $ 19.990