Reseña: La malparida, de Inés Arteta
“Ya no sos invisible. Ahora sos un poco ombú, guayabo, ceibo, camoatí, nutria, loro amarillo y viento. Y por qué no, un poco tigre”, se dice a sí misma Emilia Burton, la protagonista de La malparida, quinta novela de la también licenciada en historia, Inés Arteta (Buenos Aires, 1962). El título alude a un personaje histórico: María del Carmen –Marica– Rivero, capitana hasta 1880 de una sangrienta banda de piratas en el río Uruguay.
Es 1870 y ambas, Emilia y Marica, se embarcan en El Ditirambo rumbo a San Fernando. Pero el río es engañoso y el barco es abordado por piratas que las toman de cautivas. Arteta construye una novela donde el paisaje del Delta inunda todo: el lenguaje se vuelve abigarrado como si se llenara de matas, de juncos. Palabras como “vichadero”, para referirse a la empalizada desde la cual Marica vigila, “refistolea”, el río, no para esperar un rescate sino para impedir que “la miliciada” descubra el rancherío del que ella, ahora, es la líder. Dice la voz narrativa: “Un rayo descerraja su furia”; o se refiere a la costa como “motosa”; los sauces tienen las ramas “chorreadas”. Cuando hablan los personajes, prima la oralidad, pero no se trata de costumbrismo sino de cierta plasticidad del lenguaje que se vuelve pura poesía. Arteta incluye estas intervenciones sin comillas ni guion de diálogo. Cuando habla Marica dice: “Los guaraníes decían que esa tierra estaba aquí, porque estas islas son un paraíso y el paraíso es la falta de mal, ¿noverdá? Pero recularon pal norte ni bien llegaron las carabelas de los Godos.”
Emilia aprende a conocerse en el río, sola con su cuerpo y la bitácora en la que escribe, fascinada por Marica a quien observa gozar, incluso, cuando la embiste la montonera: “Levantaba las rodillas, ceñía cada una con cada brazo como para abrirse lo más posible, echaba la cabeza para atrás y bramaba como una fiera”. Arteta se pregunta por las formas en las que pueden transformarse la violencia y la pérdida: la hija de Marica es degollada apenas llegan a la isla; la hija de Emilia nace sin vida. Si el paisaje del Delta no es fijo, si las islas se mueven como camalotes, y tierra y río se confunden en el fondo barroso, ¿cómo pensar en el bien y el mal, en la violencia y la calma, en hombres y mujeres?
“Voy a ser una mujer feliz”, se había dicho Emilia antes de embarcar. Una mujer casada con un hombre que iba a saldar las deudas de su padre. Arteta se encarga de dar vuelta la vida, el lenguaje y el deseo de Emilia que seguirá viendo y anhelando a Marica, siempre, “desnuda de la cintura para arriba, las tetas inmensas, los pezones amoratados, la piel verdosa, escamada”; se apropia del mito y crea una novela heredera de Sara Gallardo y Libertad Demitrópulos, llena de desborde y espejismos, donde lo propio se confunde como suele suceder en el amor.
La malparida
Por Inés Arteta
Tusquets
284 páginas, $ 26.600