Reseña: La fuga del infinito mordido, de Susana Cella
Traductora, ensayista y narradora, Susana Cella (Buenos Aires, 1954) es ante todo la autora de una obra poética reverberante, donde se conjugan distintas tradiciones –el modernismo anglosajón, el barroco latinoamericano, el expresionismo– con la poesía social de acentos gelmanianos y el afán de una escritura que aspira a ser cognitiva antes que íntima: “la punta del sentido para esta parva de palabras secas” como motivo del poema.
En La fuga del infinito mordido, su séptimo libro de poesía, se arremolinan imágenes de osamentas agobiadas, azucenas en procesión y una “pasión inmedible” que redime de la orfandad. El tono puede ser airado o forense, nihilista e incluso esperanzado “contra todo designio de su estirpe”. A diferencia de mucha poesía que se publica hoy en el país, denotativa y coloquial, y que se podría designar “actual”, la de Cella es contemporánea de un modo intempestivo, con una autoridad conferida por la melodía de “ritmos maltorcidos” que asalta los versos y el fulgor de su linterna verbal, a veces turbio.
En uno de los grandes poemas del volumen, “Corte de luz más luz”, se insinúa un método: “Hoy estoy, voy a insistir, y me anclo o anido en la somnolencia de unas velas/ cuyas lumbres me deparan menos que límites/ irradiantes descripciones/ y no menos ahítas imágenes por escribir en la oscuridad misma,/ en el saber trabajosamente adquirido de la escritura al tacto”. A tientas, el poema refracta lo sublime y, “por arte o desastre”, vuelve a nombrar el mundo.
La fuga del infinito mordido
Por Susana Cella
Barnacle
70 págs./$ 500