Reseña: La estirpe, de Carla Maliandi
“Era la tarde y la hora / en que el sol la cresta dora / de los Andes”: así empieza La cautiva (1837), de Esteban Echeverría, el gran poema épico –junto al posterior Martín Fierro– de la literatura argentina del siglo XIX. Y estos son los versos que repite sin saber a qué se refieren Ana, protagonista de La estirpe, segunda novela de la argentina Carla Maliandi (1976) después de La habitación alemana. No es lo único que no entiende: sabe que hay una forma, por ejemplo, de hacer que alguien acuda a la habitación de hospital en la que está internada pero “¿qué palabra – se pregunta– hará que alguien venga?”.
La causa de su repentina amnesia tiene aristas cómicas: en su cumpleaños número cuarenta, la bola de espejos del salón cayó, golpeándola en la cabeza. Una esfera de telgopor, como señala el marido, que no debería haber causado ningún daño. Y sin embargo, una vez en su casa, la protagonista no mejora. Inmersa en una familia de la que se siente extraña, arma el rompecabezas de su vida anterior: es profesora universitaria y estaba escribiendo un libro en relación con la historia familiar. Su tatarabuelo había sido director de la banda del ejército durante la campaña del desierto y se ocupaba de arengar a los soldados en sus sangrientas embestidas contra los indios. En una de esas batallas encontró una niña toba, desahuciada. La escondió en su capa y se la llevó. “El nombre original no se sabe. La llamaban María, La China”, le cuenta su marido, “y fue sirvienta del viejo, los hijos y los nietos por el resto de sus días”.
Maliandi piensa los lazos familiares, la relación entre el trabajo de las mujeres y la crianza: la familia quiere evitar que Ana vuelva a sumergirse en la investigación que la tenía “obsesionada”, como dice el marido. Ana insiste: aunque se cansa, aunque no entiende esos documentos que tiene catalogados en cajas, pasa horas en el escritorio y no permite que nadie limpie, que nadie mueva nada. Solo Mónica, la empleada doméstica, parece funcionar como cómplice. Aun así, cuando Ana pide que le lea las anotaciones escritas en sus cuadernos, esta le dice que son “garabatos que habrás hecho distraída” porque no parecen estar escritos en español. El hijo, al que llama el chico, es una presencia incomprensible.
En su cuento “La noche boca arriba”, uno de sus cuentos más recordados, Julio Cortázar intercala dos planos: en el primero, un hombre tiene un accidente con su moto; en el segundo, es un indio moteca al que van a sacrificar. Maliandi hace algo similar en La estirpe, solo que la transformación del personaje se da en el mismo plano y es contundente; no deja lugar a dudas. El realismo cede al fantástico, la memoria irrumpe y arrasa con todo: cuerpo, familia, idioma.
La estirpe
Por Carla Maliandi
Random House
142 páginas. $ 1399