Reseña: La conejera, de Tess Gunty
La conejera convirtió a Tess Gunty (Indiana, 1993) en la ganadora más joven del National Book Award estadounidense. La novela –en una traducción demasiado ibérica para la Argentina– pinta a los habitantes de un edificio, una “conejera”, en Vacca Vale, un pueblito decadente en el “Medio Oeste” norteamericano. Gunty trabaja en círculos concéntricos: a nivel simbólico describe por medio de ese edificio una región, un país, a todo “Occidente”.
La historia cuenta cruces de vidas, resumidas en momentos significativos con un tono de crueldad desesperada. Los capítulos tienen formatos diversos, incluyendo una colección de dibujos, pero el más frecuente es una ronda de escenas que van de un departamento a otro. En cada una de esas escenas, se narra una situación compleja: común y extraordinaria, sardónica y conmovedora. Es una ficción fragmentaria, pero las piezas funcionan en conjunto porque, a pesar “del narcisismo reinante”, se dice, los humanos “estamos interconectados”.
El centro del remolino es el departamento C4, hogar de cuatro adolescentes, que vienen de varias familias adoptivas y se ven frente a personas de diferentes generaciones, culturas y clases sociales. El C4 es escenario de un acto de violencia prometido desde la primera oración: “Una noche de calor en el apartamento C4, Blandine Watkins abandona su cuerpo”. La historia da vueltas alrededor de ese acto, lo complejiza y lo explica varias veces.
Los numerosos personajes suelen ser espejos unos de otros. Eso es evidente, por ejemplo, en “Todo junto, venga”, capítulo en el que una mujer le confiesa a su marido que los ojos de su bebé la aterrorizan. Al marido le hace gracia la confesión porque “todos” dicen que el hijo “tiene tus ojos”. En esa escena, los sentimientos se vuelven difíciles de entender: la mujer tiene problemas con la maternidad y terror de lo que ve en sí misma. Hay también momentos de epifanía que nos permiten entender a otros. Por ejemplo, en otro capítulo, después de años de vivir con un maltratador al que cree “grande”, una mujer suelta una carcajada y reflexiona: “Tiene gracia que yo creyera que eras tan grande”.
La estructura de este universo es la de un planeta de dos polos. El negativo se centra en el símbolo de los conejos, despojados aquí de toda ternura. El positivo, en los encuentros y revelaciones.
Gunty cierra la novela con esperanza. En la última página, Joan y Blandine descubren, con sorpresa, que las dos están “despiertas”. La conejera es una novela absolutamente original que pinta con amargura la humanidad occidental contemporánea a través de vidas pequeñas, que, como todas, son capaces tanto de luces como de sombras.
La conejera
Por Tess Gunty
Sexto Piso. Trad.: Ce Santiago
430 páginas, $ 32.000