Reseña: La ciudad de las mujeres, de José Ioskyn
La ciudad de las mujeres, de José Ioskyn (La Plata, 1962) comienza con esa clase de escenas que prueban la capacidad del que narra: en este caso el descenso de un avión sobre una gran ciudad. En la nave va Vito, un personaje con las cosas resueltas a medias (recibió una herencia no demasiado grande) y la avidez (relativa) por conseguir trabajo. En esas páginas de La ciudad de las mujeres ya está retratado en detalle el clima tropical paradigmático y la capacidad de fallar (como lo hace Vito, de inmediato).
Pronto el consejo de un peluquero le hará conocer al protagonista a una “mujer que limpia” y vive lejos, nada agraciada convencionalmente, pero absorbente, y mucho más tarde a otra mujer, modelo de atracción, pero un tanto hueca. Luego se irán agregando secuencias, tanto en Buenos Aires como en Río de Janeiro. El libro se armará entonces con tangentes, como ya lo hacían otros del autor, cargados de recuerdos y experiencias puestos en un mismo nivel. Es la estructura predilecta de la novela, como sugiere un diálogo. En qué cree, si no cree en el amor, le pregunta alguien al personaje. “En divertirme. En pasarla bien”, responde. “No se puede pasarla bien siempre”. “Vos no, pero yo sí”.
El sexo y las mujeres también son leves, intrigantes, eternamente reiniciadas en el contacto y la contradicción. Una compite (o se combina) con otra, los saltos de ciudad presentan algunas diferencias de costumbres y atmósferas, pero al fin se impone el modo de narrar de Vito. Un estilo recortado, de montaje corto, que va cargando la trama con su visión fragmentada del mundo.
La ciudad de las mujeres
Por José Ioskyn
Paradiso
187 páginas, $ 1200