Reseña: Hambre, de John Fante
Esta colección de textos inéditos del escritor estadounidense John Fante (1909-1983) llega al castellano en una traducción problemática para los argentinos: el dialecto (muy español) hace incomprensibles algunas secciones “coloquiales”, como “Me río yo de Dibber Lannon”. Pero Hambre. Relatos 1932-1959 es una buena introducción al gran precursor de los Beats: ahí están la furia, la violencia, la angustia y los experimentos narrativos. El aullido de Ginsberg resuena, por ejemplo, en el chico desesperado de “Hambre”, ese nene agresivo en rebelión contra el mundo. El cuento también es un ejemplo de la forma en que Fante entreteje la “realidad” cruda de un “niño difícil” con sus fantasías (relacionadas con el western, mito básico de los blancos estadounidenses, y sus tópicos, las armas, la competencia, el heroísmo de los violentos).
Lo cierto es que aquí todos los textos hablan del país. El “Prólogo a Pregúntale al polvo” –título de la novela más conocida de Fante– es una versión en prosa poética revulsiva (a la manera de Charles Bukowski) de la angustia grotesca de los Beats. El yo narrador explica que habla de polvo porque en ese “polvo no crece nada, una cultura sin raíces en una frenética lucha por el arraigo”, un país “desesperado” en el que muchos confunden frenesí y felicidad. Así, el tono general del volumen está relacionado con una crueldad infinita y sin sentido; y el arte es cruel y siempre fracasa. Por ejemplo: se suponía que el cuento publicado del yo del “Prólogo” era trágico, pero el editor de una revista lo publica porque lo ve “divertido”, la peor palabra posible para un beat.
La mirada de Fante es masculina, seria (aunque la seriedad se exprese a través del grotesco) y no tiene esperanzas. Para las lectoras del siglo XXI, hay mucho que rechazar en la descripción de las mujeres, vistas siempre a través de los hombres. Y en ese universo horrible, “contar” es una “necesidad”: cuando la mujer deseada desaparece, “no queda nada salvo su historia, que quiero contar”, dice el final del Prólogo... Pero la “historia”, claro, es la del “narrador”, no la de ella. Y no se consigue nada con ella excepto denunciar el deseo de riqueza (en “Soy un escritor veraz”) o la debilidad en los hombres y la manipulación (en “La madre de Jackie”). No hay comunicación “humana”. Todo es soledad.
Tal vez por eso, es interesante que el editor cierre el volumen con “La primera vez que vi París”, en el que se muestran el contraste entre riqueza y pobreza en la ciudad y la dignidad de una mendiga a quien el narrador quiere ayudar y termina admirando porque “quiere estar sola con su dolor”. No hay ayuda posible. Como entre los beats, esa mirada individualista es el revés de la trama del “sueño americano”, el país al que Fante critica y del que, sin duda, forma parte.
Hambre
Por John Fante
Anagrama. Trad.: A. Prometeo Moya
286 páginas, $ 3650
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