Reseña: Furor fulgor, de Ana Ojeda
“Cuestionar las instituciones a fondo es garantizar los derechos más allá de la genitalidad y de la nacionalidad”, le decía la activista Lohana Berkins a María Moreno en La comuna de Buenos Aires a propósito de la crisis de 2001, donde la calle constituía un “lugar de realización, de aceptación, de diversión y de detención”. Un espíritu afín despliega Ana Ojeda (Buenos Aires, 1979) en Furor fulgor, uno de los vértices de su tríptico de novelas antipatriarcales que también conforman las previas Vikinga Bonsái y Seda metamorfa.
La búsqueda de un desmontaje de su contexto erosiona la historia desde el comienzo: el Gobierno Argentino de Tipo Ornamental (GATO) defiende, en 2018, con actos represivos la inmutabilidad de la lengua ante la avanzada que proponen los movimientos feministas. El fin de internet, o blackout, marca la temporalidad de la narración. Así, en ese año cero, Tootoo Baobab, la mujer sin miedo, ama de casa y madre, protagonista de esta gesta, deja las obligaciones impuestas y toma el toro por las astas. Ojeda relata un orden que se resquebraja, y es en muchos sentidos espejo de las disputas simbólicas y territoriales del presente. Anticlasista y combativa, la historia avanza en los intersticios urbanos, en las asambleas, en las manifestaciones, en el destiempo entre las leyes y la dinámica de los cuerpos. La ucronía busca, en la repetición de escenas, discutir los aparatos ideológicos actuales. El gesto tal vez dialogue con la mirada crónica de Roberto Arlt, sobre todo en la desconfianza, en la insistencia y fundamentalmente en la puesta en valor del lenguaje para enmarcar ese territorio nublado que es la realidad.
Así puede leerse en Furor fulgor: “Las travas estaban entre las que más agitaban, muy activas combativas, consignas inventaban, las gritaban, compañeras azuzaban, a desbordar el perímetro llamaban. Muy nervioso el Orden voz en cuello contestaba, aléjate o reventás mamita, amenazaba. De un lado a otro del vallado se medían, se miraban”. Una tintorería de las palabras, diría el autor de Los siete locos. Una picaresca barroca que se mezcla con los usos del lenguaje inclusivo, emojis, hashtags y otras materialidades, que confluyen en distintas reflexiones metatextuales sobre los usos rioplatenses.
En tanto parodia de las discusiones mediáticas, la novela pierde potencia. Pero cobra en cambio una fuerza singular, que no deja de ser colectiva, cuando pone el énfasis en la órbita de distintas realidades deseantes fuera de los parámetros de las políticas que dictan cómo se debe vivir. Ojeda propone una narración eléctrica, que, con sus saqueos, sus pandillas boedenses, sus piras, sus giros analógicos, en suma, en la comuna de una Buenos Aires apocalíptica, adquiere mayor poder en su vis cómica, vale decir, en su capacidad de hacer reír.
Furor fulgor
Por Ana Ojeda
Random House
160 páginas, $ 2449