Reseña: Fanon, de John Edgar Wideman
Un profesor universitario recibe una caja en su domicilio: adentro, sabe, sospecha o imagina, está la cabeza de un hombre recién decapitado. Este es el inicio de Fanon, de John Edgar Wideman (Washington, 1941), biografía sui generis del pensador y activista Fritz Fanon a la que le importa menos narrar la vida y obra del autor de Los condenados de la tierra, clásico del anticolonialismo, que actualizar las coordenadas del conflicto que bien supo caracterizar los mediados del siglo XX.
El ingreso implacable al relato tiene el doble filo de toda idea genial: por un lado, la fuerza de la imagen inaugural da envión a una prosa que fluye turbulenta, salteándose signos de puntuación y, en una asociación arborizada de ideas, palabras y puntos de vista; por otro, durante casi trescientas páginas, Fanon no parece dar con un dínamo ulterior que sostenga el primer impulso. El poder semántico de la cabeza cortada, así como la tensión paranoica que produce en el narrador, son sustituidos rápidamente por una procesión virtualmente interminable en la que se intercalan autobiografía, pasajes de una novela inconclusa y episodios desarticulados en la vida de Fanon.
Se trata de una operación consciente, una propuesta formal que el narrador toma prestado del habla de su madre, a la que considera democrática en tanto “cada detalle cuenta por igual, cada parte importa tanto como cualquier plan general. Tamaño y colocación no ponen de relieve algunos ítems en desmedro de otros. El sentido es igual al punto de vista”. Cabe preguntarse por la efectividad y conveniencia de una narración más “democrática”. Wideman no arriesga una definición al respecto y el libro queda a medio camino entre la experimentación y la novela de tesis.
La progenitora del narrador, finalmente, se revela como un nexo directo con Fanon, objeto de estudio y fascinación que, luego de décadas de escapársele de los dedos, logra ser abordado mediante la postulación de un origen común mítico-familiar. Y mientras que la madre provee el ritmo, el hermano del narrador, presidiario desde su juventud, aporta la ética del libro: la idea de que todas las personas somos células de un mismo organismo.
La invención de la raza como concepto para someter a otros pueblos, que Fanon difundió en su lucha por la independencia de Argelia, y que Fanon quiere redefinir en un contexto en que el enemigo de Occidente recibió el nombre de “terrorista” (en el original inglés la novela se publicó en 2008), sin duda merece ser objeto de nuevas reflexiones y ficciones en el contexto mundial actual. En ese sentido, el libro queda viejo (como hablándole al lector desde una época más ingenua) mientras, al mismo tiempo, su tema se vuelve dolorosamente presente.
Fanon
Por John Edgar Wideman
El Cuenco de Plata. Trad.: P. Ingberg
288 páginas, $ 7900