Reseña: Eugenia, calmate, de Carolina Bugnone
A partir de una aparición en otra noche de insomnio –una vieja con túnica gris y una botella de Coca-Cola en la mano a los pies de la cama matrimonial– la vida de Eugenia comienza a deshacerse. Se ríe del nombre de sus estudiantes y se adormece en la sala de profesores (hasta que, irónicamente, le piden que se tome un descanso); se aísla mientras hace el amor con su marido y fantasea con que su hija (despierta o dormida) levanta vuelo.
“Ajá, ajá, ajá, soy un chajá pero con menos estridencia, un chajá deprimido –se evalúa–. No, no estoy deprimida, creo, y eso te potencia”. La cita ilustra la desafiante estrategia narrativa adoptada por la poeta, editora y psicoanalista Carolina Bugnone (Concepción del Uruguay, 1974) en su segunda nouvelle.
Eugenia empieza a sentir atracción por el linyera anónimo que duerme sobre cartones, en medio de vahos, cerca de su casa. “La mezcla de olores me desconcierta, me interesa, amargo, ácido; me aguanto una arcada. Ojalá se despierte”, razona en un avance menos temido que alucinado hacia una especie de locura proteica.
Con vértigo y humor negro, Eugenia, calmate arroja a la narradora a un remolino de identidades: harapienta, “medusa vieja”, “baba marina”, discípula de Medea e incluso activista con delirios de omnipotencia: “Fideos, latas, queso, leche, mirá qué destreza para saltar de rincón en rincón, mil dientes sí que sirven, mil ojos en la boca, este panóptico que hay en mí es más fuerte que el tuyo, sistemita de desigualdades, imperio del mercado, puedo ser la más letal, puedo morderte, mandar a tus abanderados del horror al hospital”.
Eugenia, calmate
Por Carolina Bugnone
Qeja
134 páginas, $ 14.000