Reseña: El tercer paraíso, de Cristian Alarcón
Una historia autobiográfica y el jardín que la refleja
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¿Cuándo está finalizado un jardín? Es posible que para el protagonista de El tercer paraíso esa pregunta, que se hace a poco de haber comenzado su relato, se vuelva solo retórica o que le resulte indispensable que así sea. ¿Cómo es posible, al fin y al cabo, finalizar algo que está vivo, sino con la propia muerte?
Ganadora del último Premio Alfaguara, la novela de Cristian Alarcón (La Unión, Chile, 1970), de neto y confeso corte autobiográfico –reconocido cronista, parece haber optado esta vez por registrar su propia vida–, se estructura sobre tres ejes. Por un lado, el presente en el que el narrador regresa de visita al pueblo chileno de su primera infancia, en el que están enterrados sus cuatro abuelos; pero ese presente es sobre todo el de los años de pandemia en los que pasa el mayor tiempo posible en el terreno que ha comprado a unos cuantos kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, allí donde la tierra se transforma, da pelea, establece un código y un lenguaje, y más allá, le ofrece al protagonista la posibilidad de relacionarse de otra manera –una manera radical– con el espacio y consigo mismo.
El segundo eje lo conforman las desviaciones de ese presente hacia las epopeyas de los grandes naturalistas del pasado, aquellos que se apropiaron de casi todo dándole un nombre. Y por último está la historia de los ancestros del protagonista, hasta su llegada al mundo y entonces el relato de sus primeros años. Dicha genealogía, como en el fondo sucede con cada historia en la que decidimos sumergirnos sin pudor, parece por momentos tan extraordinaria que merecería ser pura invención; un pasado en el que los rasgos fraternales conviven con el alcohol y la violencia, cuyo núcleo está formado por los dos episodios que cambian sucesivamente la vida de su familia: el terremoto que los obliga a empezar de cero, y la dictadura de Pinochet que los expulsa al país vecino, sin sospechar que muy pronto ese nuevo escenario se tornará aún más terrorífico.
Aunque el presente funcione apenas como una suerte de gran tiempo muerto, una espera a la que la narración quizá le exija demasiado, en el pasado la novela encuentra –además de las aventuras de Humboldt, Linneo y compañía– momentos más sólidos y sustanciosos. A través del tiempo, un doble acto de resistencia: el de una madre que en cierto modo debió hacerse sola, y que en el destierro orilla la locura; y la del hijo, que a los seis años era casi el jefe de la familia, que sufrió periódicos castigos –incluidas las inyecciones que pretendían arrancarle la incipiente homosexualidad– y que de manera acaso insospechada se ha convertido en este hombre. Este que ahora siembra y cosecha en su jardín, voluptuosa y necesariamente inconcluso.
El tercer paraíso
Por Cristian Alarcón
Alfaguara
302 páginas, $ 2199