Reseña: El silencio respira como un animal, de Belén Zavallo
“Escribo para desarmar la historia. Escribo para que el cuerpo se deshaga de los restos”, apunta la narradora de El silencio respira como un animal, de Belén Zavallo. Esa voz, que quizá contenga ecos biográficos, se dirige al padre y a la madre a lo largo de una intensa interpelación que recopila situaciones de su pasado y presente familiar.
En la sección dedicada al padre –las dos terceras partes de la obra–, la hija delinea una imagen profundamente negativa de él: “Nunca supiste ningún detalle de mí, ni los nombres de mis amigas”; “Siempre te importó más un capot limpio que hablar”; “En tu cama, papá, nunca quise acostarme si estabas solo”. El capítulo correspondiente a la madre, en contraste, proyecta una figura caracterizada por la abnegación: “Mamá, vos eras tan santa, tan solo un novio, tan vida de sacrificio…”
Estos dos retratos se hallan configurados de manera fragmentaria –al igual que las referencias a los hermanos de la narradora, a sus hijas y a los padres de estas–, mediante párrafos aislados y frases dispersas que recogen recuerdos, reflexiones retrospectivas y citas de poemas para producir un efecto catártico que, en lugar de la precisión de los hechos, opta por el impacto emocional de un lirismo desgarrador, capaz de una entrega incondicional: “Estoy abierta a que pase solo un viento frío y que silbe que no hay nadie al lado mío”.
El silencio respira como un animal
Por Belén Zavallo
Híbrida