Reseña: El pavo real blanco, de D.H. Lawrence
Opera prima de un clásico controvertido
Alguna vez Julian Barnes aseguró que le daba vergüenza la manera en que la literatura inglesa había tratado el sexo, y ponía como ejemplo a D. H. Lawrence (1885-1930). En su opinión, el autor de El amante de Lady Chatterley había escandalizado a la sociedad inglesa de entonces con su franqueza sexual, pero aquella era tan pacata que no se había dado cuenta de que sus descripciones sobre el placer femenino eran por completo erradas, sino ridículas.
Hijo de mineros y maestro en sus comienzos (tuvo que abandonar su puesto por enfermedad), Lawrence desarrolló una rápida y prolífica carrera que abarcó muchos libros (Hijos y amantes, Mujeres enamoradas) al son de un desplazamiento que lo llevó (acompañado de Frieda, la que fue la mujer de su mentor) a Italia, México y Australia. También a Francia, donde murió.
El pavo real blanco, de 1911, es su primera novela, y como tal pasó por varias reescrituras. Es probable que ese trabajo llevara a Lawrence a una temprana profundización de los temas que acapararían su narrativa posterior –también su poesía–, marcada por el amor a la naturaleza, el desprecio por el mundo industrial y las relaciones cruzadas.
Las implicancias freudianas de las pasiones que atribulan a los personajes de Lawrence están aquí presentes, mediadas por el narrador, testigo del triángulo amoroso que se entabla entre su hermana, Lettie, con dos jóvenes del imaginario valle de Nethermere, paisaje de implicancias idílicas y rurales. ¿Es Cyril, el narrador, más ambiguo de lo que parece? Lawrence era más sagaz y taimado de lo que muchos creen.
El pavo real blanco
Por D. H. Lawrence
A. Hache. Trad.: Patricia Scott
526 páginas, $ 5500