Reseña: El país de las maravillas, de Steven Johnson
El placer que se esconde tras las invenciones técnicas
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Los compartimientos estancos en el estudio del pasado aseguran precisión: son los sólidos aportes de las historias nacionales, de la historia del arte o de la ciencia. Pero los recorridos transversales abren preguntas enormes, como qué es una tradición cultural o hasta qué es ser humano.
El estadounidense Steven Johnson (1968) se adentra con maestría en esos caminos sinuosos, esas vueltas inesperadas y reveladoras que conectan lo diverso. Con una obra de divulgación que suma doce títulos, incluyendo el notable La conquista de la actualidad, sobre tecnologías de la vida cotidiana, el autor ha desarrollado un estilo claro y atrevido que nos cambia la mirada sobre los objetos que nos rodean.
En El país de las maravillas. Cómo el juego creó el mundo moderno, propone una hipótesis provocadora: que, en tanto acicate para el ingenio, el placer ha sido tan promotor de las innovaciones como la necesidad. Y no habla del sexo, vinculado a la necesidad de la reproducción, sino del disfrute por sí mismo.
“Deleite es un término raramente invocado como impulsor de cambios históricos”, observa Johnson. Allí encontró la clave: su libro es “una historia de lo que hacemos por diversión”.
El relato comienza con el Libro de los dispositivos ingeniosos, de los hermanos Banu Musa, una compilación sobre máquinas escrita en el siglo IX en Bagdad. Lo notable no es el número de aparatitos que recoge, ni su gran complejidad, sino que buena parte no son herramientas sino juguetes. Al pasar, Johnson también desmitifica eso de que la historia de la tecnología es sobre todo occidental.
Entre los muchos casos, uno: de cómo el amor por la música contribuyó al desarrollo de la informática. El sendero inicia en otro libro de los Banu Musa, El instrumento que toca solo, que describe un sistema para hacer sonar un órgano a partir de un cilindro con púas: al hacerlo girar, se accionan palancas que operan sobre el órgano. En tanto podía programarse, Johnson traza la “línea directa” que conecta ese aparato a “las máquinas de Turing”, las computadoras.
Pero esa trayectoria se cruza con otra, que parte del placer por la moda, detrás del telar de Joseph Marie Jacquard, patentado en 1804, capaz de hacer diseños a partir de tarjetas perforadas. Idea que retoma Charles Babbage en 1839, para su “máquina analítica”, prototipo de calculadora que, extendido por Ada Lovelace, es el principio de la computación.
Y una tercera línea nos lleva de regreso a la música: la de las teclas y el teclado qwerty, el de las máquinas de escribir, las computadoras y los smartphones, que comienza con el pianoforte.
El país de las maravillas tiene algo de gabinete de curiosidades y de diario de viaje, con sus sorpresas, sus hallazgos y, claro está, sus disfrutes.
El país de las maravillas
Por Steven Johnson
Granica. Trad.: G. Gambolini
316 páginas, $ 2360