Reseña: El modelo, de Robert Aickman
Poco conocido y leído por estas tierras, al margen de la irradiación fugaz que provocara hace algo más de una década la extraordinaria antología editada por Edhasa bajo el título de La aparición, el inglés Robert Aickman (Londres, 1914-1981) alumbró una profusa e influyente obra narrativa, consistente en esencia en novelas, obras de teatro y, por sobre todas las cosas, extraños e inetiquetables –pese a los numerosos intentos por clasificarlos– cuentos.
La novela corta El modelo, favorita del autor aunque no llegara a publicarla en vida, reúne sin duda algunas de sus mayores pasiones, entre ellas la fantasía, el espíritu del gótico, y asimismo el universo de la ópera y del ballet. Narrada en un registro afectuosamente distante, coqueteando de a ratos con ese patrimonio inglés que es la ironía, Aickman sitúa a su heroína en algún intangible recodo de la Rusia zarista. Elena es la menor de una familia nutrida pero fantasmal: sus dos hermanos mayores se hallan, como corresponde a los de su estirpe –y a la época–, uno dedicado a Dios y otro a las armas; la madre está recluida en su cuarto, en un estado impreciso pero sumamente frágil; el padre dedica todo el día a su profesión –es abogado– y, en sus escasos momentos de sosiego y como manda la costumbre, al vodka. La única habitante de su casa con la que tiene un contacto diario –aunque no cercano– es con su niñera Bábaba, acaso demasiado rígida pero entre cuyas virtudes se encuentra una envidiable consciencia utilitaria.
La vida de la joven Elena transcurre entonces entre la apatía y las tímidas ambiciones que comparte con sus amigos Tatiana y Mijaíl, hasta que ocurren dos cosas. Por un lado, sus padres le piden –por separado– dos notorios sacrificios, uno para salvar la salud de la madre y el segundo la economía familiar. Por otro, un libro que le han regalado y que parece abrirle infinitas posibilidades, a partir del sueño intempestivo de convertirse en bailarina clásica. El mismo comienza a tomar forma a partir de un modelo en miniatura que la propia Elena construye, y que no hace más que perturbarla: un modelo establece siempre un diálogo con el futuro, y sin embargo es también su potencial fracaso.
Sobre esa tensión trabaja Aickman, quizá más consistente en el tramo inicial –cuando la fantasía luce más contenida– que a partir del momento en que se desata y todo parece posible, pero siempre exquisito.
Párrafo aparte merece la traducción de Marcelo Cohen –que los cuantiosos errores de la edición final no llegan a desdibujar–, instalándonos una vez más en la ilusión de transitar un lenguaje autónomo y, al mismo tiempo, recordándonos el tamaño de su irreparable y todavía dolorosa ausencia.
El modelo
Robert Aickman
Adriana Hidalgo
Trad.: Marcelo Cohen
125 páginas
$ 3900