Reseña: El jardinero, el escultor y el fugitivo, de César Aira
El espejismo literario de la perfección en la imperfección
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Corregir poco es una audacia que no se permitía ni siquiera Borges. No era tan ciego como para ignorar que un primer boceto es una espada de doble filo. Aira, en cambio, es cinturón negro en el manejo de esa arma y cada año esgrime movimientos nuevos para impresionar a sus lectores con ficciones perfectas en su imperfección.
El jardinero, el escultor y el fugitivo no es la última novela de César Aira (Pringles, 1949); son literalmente tres. La primera es sobre un escritor que se adentra en su jardín en busca de un remedio para la depresión de su jardinero. Una misión que podría pasar por samaritana pero que es egoísta: César, el escritor, necesita que su jardinero –”primer oyente privilegiado” de sus textos– se cure para poder seguir escribiendo. En la segunda sucede algo similar. Si bien el escenario es la Antigua Grecia y el protagonista, un escultor, el problema del artista –y el motivo por el que viaja a un oráculo– es la depresión de su asistente. Conviene aclarar que el asistente era el único capaz de hacer realidad sus ideas; es decir, de esculpir. La tercera novela también lidia con una enfermedad, pero no con una declarada sino con una al acecho. En resumen, el protagonista supone que para burlar la depresión en ciernes necesita erradicar de su vida el sedentarismo, y en pos de eso decide convertirse en asesino y ser perseguido por la justicia.
Esta simplificación del barroco propio de las tramas de Aira evidencia un mecanismo idéntico. Un hombre adulto se inventa una aventura y huye de la realidad –o de sí mismo– buscando un refugio, un edén, una vida nueva. Dicho de otro modo, en mundos paralelos el jardinero, el escultor y el fugitivo podrían haber sido la misma persona. Una persona dueña de un pensamiento vital e insaciable –clínicamente un vicio– que fabula y desconfía una y otra vez como en una carrera de infinitas postas.
Con una escritura cristalina, una sintaxis desprovista de cimbreos vanidosos y un vocabulario profuso, apto para hospedar cualquier dislate, Aira logra que el lector se deje secuestrar y marche con los ojos vendados hasta llegar al final, para darse cuenta recién entonces de que rehacer mentalmente el camino sería una quimera.
Las tres novelas que conviven en El jardinero, el escultor y el fugitivo son tan personales que podrían pensarse como posibles autobiografías imaginarias. Algo parecido sucede con ese cuento redondo, entre anacrónico y nostálgico, que se titula En la confitería del Gas, que se ha agregado a su bibliografía. Allí comparten mesa un escritor joven y otro maduro, y en ese choque de ingenuidad y consagración, como si los separara un vidrio, queda claro lo poco que se puede enseñar sobre la escritura y lo mucho que la literatura tiene de espejismo.
El jardinero, el escultor y el fugitivo
Por César Aira
Random House
138 páginas, $ 1899