Reseña: El final de los Villavide, de Louise de Vilmorin
Al igual que las heroínas de sus libros, Louise de Vilmorin (Verrières-le-Buisson,1902-1969) vivió una vida de princesa. Hija de un afamado botánico, nació y murió rodeada de jardines en un castillo que hoy es patrimonio histórico de Francia. Tuvo dos maridos extranjeros y amoríos con varios de los artistas e intelectuales que asistían a las tertulias que ella misma animaba en el salón azul del palacio familiar. Entre estos se encontraban Saint-Exupéry, Gaston Gallimard, Orson Welles, y el más significativo, aquel que la alentó a escribir: André Malraux.
El final de los Villavide, su segunda novela, tiene alma de cuento fantástico. La historia comienza con un duque y una duquesa de edad avanzada que lo poseen todo menos una descendencia. Esa privación se vuelve insoportable para el duque y, pese al escepticismo de su mujer, decide fabricar un hijo con sus propias manos, un hijo-sillón. Pero esto es apenas el principio porque con el heredero surge la necesidad de encontrar una joven perfecta para casarlo. Y ella aparece y la boda se celebra, pero ninguno comerá perdices ya que nadie puede burlar al destino.
Hay quienes vieron en esta novela una sátira de la aristocracia francesa en su afán por sostener linajes a través de alianzas absurdas. Otros podrán denostar el machismo que reinaba entonces entre los nobles: “Y no olvides que la mujer pertenece a su marido y no al revés”. Sin embargo, la mirada que el narrador posa sobre el duque de Villavide es de una gran ternura y condescendencia. Lo mismo sucede con la joven protagonista un tanto bovariana y alocada, pero invariablemente sincera: “Me gustan las saludes delicadas. Es un estado que obliga a la cortesía y prohíbe los proyectos para el futuro. Me causan horror los vínculos.”
Con una escritura limpia que bordea la sequedad sin dejar por eso de ser elegante, De Vilmorin les concede a los objetos un lugar de privilegio. Un ejemplo claro es la autoridad inmóvil y rencorosa que ejerce el hijo-sillón. Y otro, incontestable, es su novela Madame de –adaptada magistralmente al cine por Max Ophüls– en la que un par de aros resulta el culpable de un desenlace trágico.
Esbelta, ocurrente y dueña de una leve renguera que no le restaba distinción ni melancolía, Louise de Vilmorin, que también se atrevió a la poesía e hizo periodismo y un par de guiones de cine, nunca se cansó de jugar con las palabras, ya sea cuando domesticaba palíndromos ariscos, o bien con asuntos más pedestres como la elección del título de esta novela. Si se tiene en cuenta que vide en francés significa vacío, el apellido Villavide podría de algún modo ser considerado un spoiler.
El final de los Villavide
Por Louise de Vilmorin
AH. Trad.: Eduardo Berti
121 páginas, $ 2700