Reseña: El desierto blanco, de Luis López Carrasco
¿Cómo contar lo que se ha perdido? ¿Cómo relatar los recuerdos de una juventud que parecía prometer y que terminó convertida en una adultez que añora lo que pudo ser? A esas preguntas intenta responder El desierto blanco, una novela sobre la memoria y sobre el caprichoso camino de narrar lo que ya fue. El libro de Luis López Carrasco (Murcia, 1981) apuesta al arte de mirar el pasado con una nostalgia extrema, pero también con una melancolía que conmueve.
Esta ficción, que ganó el Premio Herralde de Novela 2023, es un desafío para el lector; una experiencia de lectura que, por momentos, puede llegar a desorientar. Cada capítulo parece no relacionarse con el anterior, salvo por la presencia de los mismos personajes. Es como si cada uno de ellos fuera una aguafuerte independiente.
Así, la historia comienza cuando el veinteañero Carlos, el protagonista, consigue su primer trabajo como empleado en una librería gracias a su habilidad para resolver un bizarro juego que le proponen, junto a otros ochos postulantes, en la oficina de Recursos Humanos de una empresa: “Ha habido una guerra mundial y ha exterminado a toda la humanidad (…) Os encontráis en la canasta de un globo aerostático que cruza el océano (…) Tenéis que elegir por consenso y unanimidad quién de vosotros tiene que tirarse al mar para que el resto sobreviva”. Después, el relato se mueve hacia una isla de ensueño donde cayó un avión de línea en el que viajaba una amiga de Carlos. En el tercer capítulo se narra el viaje del protagonista hacia la casa de verano de su familia. Sin ánimo de seguir revelando lo que sigue, se puede ver que la trama es un conjunto de meandros que buscan desesperadamente desembocar en alguna parte, de hermanarse con algún tipo de sentido.
Sin embargo, estas estrategias narrativas, contrariamente a lo que se podría pensar, provocan que la lectura progrese – a veces, de manera compulsiva– motorizada por la curiosidad de saber cómo ese abanico de relatos terminarán unidos. Habrá que esperar hasta el final –que es un verdadero plot twist– para que, como en un rompecabezas, todas las piezas de la historia encastren a la perfección.
“Para algunas personas recordar es sumar imágenes, pero yo creo que recordar es actualizar emociones”, escribe el narrador sobre un pasado que necesita idealizar, incluso cuando en el presente que alguna vez fue ya había algunos indicios de ruina. Y lo reconstruye tal como funciona la memoria, de manera arbitraria, azarosa y hasta romántica, porque al final ese tiempo que pasó, ese período de aparente felicidad, es como un desierto blanco, un territorio arrasado donde ya nada podrá crecer.
El desierto blanco, de Luis López Carrasco (Anagrama), 168 páginas / $11.500