Reseña: El amor es un monstruo de Dios, de Luciana De Luca
Bajo la mirada siniestra de su madre, una hija vive en los márgenes de una casa asfixiante, en medio de un pueblo asfixiante. Es la historia que narra El amor es un monstruo de Dios, segunda novela de Luciana De Luca (Buenos Aires, 1978), que se hunde en las sombras de los vínculos más íntimos y deja a la vista la extrañeza del amor.
Una invasión de moscas avanza por el pueblo como una mancha negra. Puede que sea un presagio de la muerte o tan solo su confirmación. Aún así, la narradora se mueve por los bordes de su casa. Su padre nunca estuvo del todo, su hermano habita con los chanchos; en cambio, la Señora –su madre– digita el destino de la familia desde una posición todopoderosa y cruel. No espera nada de sus hijos, los suprime de su plan porque no cumplen con sus expectativas.
De la hija dice que es monstruosa, demasiado distinta a lo que esperaba. La chica se oculta, no quiere ser vista, sobrevive en los márgenes. No parece buscar otra cosa, pero un deseo la impulsa a crearse de nuevo, a ser otra.
La atmósfera de la historia, el extrañamiento de ese pueblo pegajoso y árido y los personajes anómalos llevan a pensar en el gótico sureño de Carson McCullers, en especial La balada del café triste. Ambas novelas encuentran en sus protagonistas despreciados, fallados según las normas imperantes, una ternura reveladora.
Hay una cadencia poética en la escritura: las frases se hunden en un dolor que podría anular, pero salva. Desde el núcleo monstruoso del desamor, la pulsión vital se abre paso y despierta la esperanza de otro destino posible.
El amor es un monstruo de Dios
Por Luciana De Luca
Tusquets
194 páginas, $ 8600