Reseña: Diario inconsciente, de Santiago Loza
Una adolescente camina al costado de la ruta, cabizbaja. Cada tanto, registra todo lo que la rodea. En su cabeza, oye los monólogos de su compinche, un afilador de cuchillos errante: “no quiero tener nada que crezca”, “se le cambia la cabeza a uno”. En ese plano secuencia final de la película La fe del volcán (2001), Ana Poliak supo transmitir una poética del desamparo. Es posible vincular esas texturas con la forma en que el dramaturgo, escritor y cineasta Santiago Loza (Córdoba, 1971) –asistente en aquel rodaje– concibe Diario inconsciente, fragmentos íntimos que rodean la internación en una clínica psiquiátrica.
“No solo se tienen varias vidas en esta vida, también se puede tener incontables cuerpos”, dice una de las entradas, que funcionan como recuerdos perturbadores, rutinas dolorosas y a veces escenas un poco grotescas, sobre todo cuando habla de sus compañeros de sala. Interno de sí mismo, por momentos en una felicidad clandestina, sobre todo cuando se conecta con su interioridad y aplaca el fantasma del brote, o cuando toma una gaseosa a escondidas, el personaje-diarista deambula, transita en retrospectiva su experiencia y convierte esos pantallazos en otro organismo.
“Cuando tenía veinte años y me volví loco, tenía piedras en los bolsillos. Tabaco y piedras comunes. Pequeñas piedras que juntaba de todos lados”, escribe Loza. En sincronía, en su film Poliak retomaba a Nietzsche: “Sé que hay en mi algo invulnerable, algo que hace saltar las piedras”. El poder del ejercicio de la escritura de Loza quizá tenga que ver con eso: con su peso, su relieve, su energía y su compañía.
Diario inconsciente
Por Santiago Loza
Bosque Energético
96 páginas, $ 2190