Reseña: Diario de una mudanza, de Inés Garland
“Escribir es dejar que emerja una verdad que parece estar por debajo de lo que pasó”, afirma Inés Garland (Buenos Aires, 1960) en Diario de una mudanza, un texto biográfico o al menos autorreferencial que se gesta a partir de su decisión de mudarse. En esta determinación confluyen tres hechos: la muerte de su padre, la menopausia y la ida de su hija, que se marcha a vivir sola.
Los temas de la mudanza y de la menopausia se mantienen a lo largo de todo el libro. La narradora-autora compra una casa en planta baja con garaje y se hace amiga de Dani, la persona que se la vende: un taxista bonachón y excedido de peso. Sobre la menopausia (o más precisamente sobre el climaterio) se describen los cambios orgánicos que va percibiendo: “Todas las noches a las cuatro me despertaba helada […]. A los veinte minutos exactos, el calor. Un volcán en erupción” […]. Mis tetas, mi culo hermoso, mi suelo pélvico. Todas estas partes de mi cuerpo ahora son maleables, se aplastan, de pronto soy una mujer descarnada”. También se citan distintas opiniones al respecto, como una frase atribuida a Freud: “Las mujeres menopáusicas son pendencieras, obstinadas, mezquinas, sádicas, anales neuróticas”.
El libro toma un rumbo caleidoscópico a medida que Garland intercala una gran diversidad de recuerdos y experiencias: un masaje de pies durante un viaje a Nueva York con su hija; un “mal polvo”; la conversación en Odessa con un estadounidense partidario de Trump que vino a buscar una esposa ucraniana; un intento de violación en Londres; el reencuentro con un exnovio al que le diagnosticaron un cáncer terminal. Hay también consideraciones sobre la traducción y el idioma (“El erotismo es muy difícil de escribir y de traducir. Siempre me pareció que en inglés las palabras son más sensuales”), un poema, un microcuento, reflexiones sobre el sexo y el amor que reflejan una lúcida sensibilidad feminista, y la misteriosa e intermitente figura de un “carpintero” con el cual tuvo una relación apasionada pero conflictiva.
Detrás del efecto de espontaneidad de esta prosa miscelánea se adivina una cuidada elaboración estructural que, gracias a una esmerada capacidad de síntesis y un montaje bien calculado, no produce desorientación, sino que incita a seguir leyendo.
Obviamente la mudanza del título del libro no se refiere solo a un cambio de casa: alude, además, a los cambios físicos y psíquicos que la menopausia y el climaterio –y en definitiva la vejez– traen aparejados. El “diario” termina siendo el registro de toda una vida (“Ahora empieza el tiempo de aprender a dejar ir”), de momentos y episodios esenciales o reveladores que son reinterpretados en lo que podría definirse como una intrépida performance literaria.
Diario de una mudanza
Por Inés Garland
Alfaguara
253 páginas, $ 19.999