Reseña: Diario de la Filmoteca, de Fernando M. Peña
Hay casos en que los aspectos físicos de un libro ya transmiten su carácter impar. Es el caso de este diario que se fue publicando originalmente en las redes con un apunte diario sobre la búsqueda, acumulación y proyección de rollos de celuloide –vale decir, películas– como forma de paliar en parte el abandono total en que el estado sigue teniendo a la cinemateca nacional, o cualquier conservación de esos materiales. Diario de la Filmoteca, de Fernando Martín Peña (Buenos Aires, 1968), tiene un tamaño un poco mayor que un libro promedio, sin llegar al álbum, para mejor ubicar las fotografías que acompañan las palabras. Una imagen de contratapa muestra al autor, coleccionista además de historiador del cine, inclinado tal vez sobre una moviola, con un vitral extraordinario sobre la pared, que convierte la estampa en la de un monje dedicado a su pasión espiritual y su oficio.
Un aspecto adicional –además de la legión de películas, conocidas o casi secretas, de las que se habla con gracia y erudición– es el modo en que se entiende el cine, encarnado también en actividades físicas. Es un cine más palpable, concreto: se habla del tamaño de la cinta (sobre todo 16 y 35 mm.); figuran comentarios gimnásticos sobre cómo levantar, poner en el proyector e ir viendo lo que a veces ni siquiera el donante de un conjunto de rollos con pocos datos sabe qué contiene. Las entradas del diario, desde un primero de enero hasta el último día de diciembre, llevan el volumen a las 435 páginas. El lector intuye desde el mismo comienzo que se va a encontrar con mucha información rara, humorística, incluso dramática.
Una tentación que conviene evitar es el deseo de agarrarse un monstruoso atracón de datos sueltos sobre multitud de películas y leer el libro de una o dos sentadas. El estilo claro, ingenioso, que incluso refleja de rasgos inconscientes del propio autor, permite leer el conjunto de manera fragmentaria. Así se pueden percibir con más nitidez las apariciones de socios cruciales como Octavio Fabiano (cuando este murió, Peña adquirió y mejoró su depósito de rollos del Gran Buenos Aires) y Fabio Manes, con quienes el autor hizo ese programa clave de la televisión, Filmoteca, a veces combatido por unas autoridades que parecen despreciar lo que de verdad funciona.
Las sorpresas anecdóticas son numerosas. Por ejemplo: Peña va a visitar (con Caloi y otras personas) al dibujante italiano Hugo Pratt y desde una casa cercana lo saluda alguien. “¿Vieron? Mi vecino es David Bowie”, comenta Pratt con calma. Saben que Pratt es un genial embustero, pero, con ejemplar discreción, no le preguntan nada. Son algunos de los placeres de novela que incluye Diario de la Filmoteca, una maciza y fascinante bitácora de cine que no se parece a ninguna otra.
Diario de la Filmoteca
Por Fernando Martín Peña
Blatt&Ríos
436 páginas, $ 11.490